Recuerdo que cuando era
joven (no hace demasiado tiempo, por supuesto), cuando queríamos referirnos a
alguien que vivía de las apariencias, lo llamábamos “pura pantalla” o decíamos
que quería “apantallar”. Creo que hoy la misma expresión se puede utilizar
perfectamente para definir la situación en la que vivimos los habitantes del ciberespacio:
somos pura pantalla.
Hoy en día es muy
fácil, yo diría casi cotidiano, encontrarse con gente que no puede pasar diez
minutos sin mirar una pantalla. Ya no se trata sólo de la televisión, apodada
por algunos como la “cajita que idiotiza”, sino la pantalla de la computadora,
del celular, de la valla publicitaria, etc. Por todas partes y por distintas
razones estamos rodeados de pantallas, y ya el efecto más grave no es la
pérdida de la imaginación o del tiempo, sino la afectación de nuestras
relaciones afectivas.
Hoy me llamaron la
atención porque mientras estaba en una reunión no pude impedir que mi atención
se fuera detrás de los mensajes que me llegaban al celular y como para rematar,
en un descuido de mi interlocutor, paseé mis ojos por mi cuenta de twitter. Y
resulta que no soy ni un adolescente, ni tampoco un adicto a internet.
Así como vamos,
tendremos que incluir las pantallas como parte del ayuno cuaresmal, con el
único objetivo de recordar que hemos de amar al prójimo de carne y hueso.
Varias veces nos ha invitado el Papa a vivir la espiritualidad del encuentro, a
mirarnos a los ojos. Seguro que si lo meditamos un poquito comprobaremos que
los momentos memorables de nuestra vida los hemos vivido en vivo y en directo y
no a través de una pantalla.
Hasta el Cielo, donde
lo veremos todo en HD.
P. César Piechestein
elcuradetodos … ustedes
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