En mi adolescencia me
contaron una pequeña historia sobre unas piedras preciosas que alguien
cultivaba en su jardín. Las demás hortalizas se burlaban de ellas porque no “servían”
para nada, no se las podía cocinar como
a los vegetales y por lo tanto eran “inútiles”. Las pobres gemas, llenas de vergüenza
y entristecidas, optaron por irse cubriendo de capas y se convirtieron así en
lo que hoy conocemos como cebollas. Resulta que por eso quitarle las capas a
una cebolla, le saca lagrimas a uno.
En todo caso el cuento
deja varias reflexiones. Yo quisiera simplemente quedarme con la dificultad que
se presenta cuando se trata de quitarle las capas a alguien que se ha llenado de
ellas. Y quizás más difícil aun cuando se trata de quitarnos nuestras propias
capas. La vida y los roces que las relaciones interpersonales producen nos
crean desconfianzas y heridas que cubrimos con esas capas y nos resistimos a
quitarlas, por miedo a quedar desprotegidos. Cada capa hace más difícil ver la
piedra preciosa que es nuestra alma y por lo tanto dificulta el amor.
Nuestra felicidad se
fundamenta en la posibilidad de amar y ser amados. Dios nos ama sin condición,
pero las capas muchas veces no nos dejan percibir ese amor. Simplemente no nos
dejamos amar por Dios, ni por nadie que busque hacerlo. De ahí que el mundo
vaya de tumbo en tumbo. Crece el mal y con él la desconfianza y el miedo,
produciendo esa necesidad de cubrirnos cada vez con más capas.
Ojalá esta pequeña
historia nos anime a quitarnos unas cuantas capas, o por lo menos nos detenga
en el proceso de agregarnos más. El mundo necesita gente feliz, amada, amable y
dispuesta a descubrir la gema que todos llevamos dentro.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos… ustedes
Recordé mis tiempos en Jarcia gracias, seguro la voy a usar en mi catequesis sigue escribiendo cosas que nos ayuden a formar mejor a niños jóvenes y adultos en la fe un abrazo
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