Tantos poetas han
escrito sobre el amor materno y siempre se quedan cortos. El amor de la madre
es el que más se asemeja al de Dios: es desinteresado y gratuito, incondicional
y dispuesto a todo por la felicidad del hijo. Así nos ama mamá y así nos ama
Dios. Nuestro amor de hijos es limitado, porque es una respuesta al amor que
recibimos primero, es un amor de correspondencia, de gratitud.
Cuando me pongo a
pensar en el amor de mi madre, me preocupa la gran deuda que he adquirido con esa
mujer. Me parece que no me alcanzarán ni el tiempo, ni las fuerzas para poder
pagarle, me siento en deuda y una deuda eterna.
Se imaginarán entonces
como me siento cuando pienso en el Amor de Dios. Tantas maravillas que día a
día recibo de su parte. Mi vida ha sido y es una lluvia constante de
bendiciones, tantas que a veces me da miedo ni siquiera darme cuenta y que se
escapen de mi capacidad de descubrirlas. Y créanme que me preocupa.
Me preocupa entender
que jamás podré pagarle tanto amor. Como lo dice el salmo 116 “Cómo pagaré a
Yahvé todo el bien que me ha hecho”, así me siento. No me angustia, pero me
preocupa, no es una deuda que me aplasta, pero si me exige todos los días
esforzarme para poder pagar aunque sea algo de tanto que me brinda. Y en mi
oración le doy siempre gracias, pero también le pido que me aumente la
capacidad de amarlo y de seguir pagando mi deuda.
Estoy seguro que
ustedes también han percibido y descubierto cuánto los ama Dios, pero quisiera
saber si también sienten la preocupación de pagar la deuda.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos…ustedes
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