¡Cuánto
nos cuesta hablar de la Cruz y cuánto más de la nuestra! Y sin embargo en la
Cruz y en las cruces está el amor, ese gran Amor con mayúscula que nos salvó y
ese amor cotidiano, humano y pequeño, que nace en nosotros o al menos se espera
que nazca.
Pero
¿de quién dependen esas cruces de cada día? Aquí la explicación de un santo
obispo:
“Se puede decir que en cada
hora de nuestro día y en cada ocupación de nuestra actividad ha puesto la
providencia amorosa de Dios una crucecita santificadora. Desde la menuda
violencia de dejar el lecho a hora fija hasta la última conversación u ocupación
enojosa del día, pasando por las caras serias, agrias, indiferentes o burlonas
de los que tenemos que tratar y por los asuntos más o menos fáciles en que
tenemos que entender.”
La Providencia de Dios es la
que nos brinda esas maravillosas crucecitas, que son en realidad oportunidades
para expresar nuestro amor cotidiano. Unas más grandes que otras, algunas
pesadas y otras bastante ligeras, pero siempre cruces. Si comprendemos su
valorar, no sólo las aceptaremos, sino que las abrazaremos con fuerza y gozo,
como lo hizo el Maestro.
“¿No es verdad que todo trae
por fuera o por dentro su crucecita de pesadumbre, contrariedad o desagrado?
Pues bien, recibir la merecida cruz de cada hora y obra y con la mejor cara que
podamos es o ser santos o andar muy cerca de serlo...”(Beato Manuel González,Obras
Completas 2771)
Y ya sabemos que ser santo
equivale a ser auténticamente feliz. Por lo tanto, es absurdo pretender una
felicidad sin cruces.
Dios los bendiga siempre.
P. César Piechestein
elcuradetodos…ustedes
No hay comentarios:
Publicar un comentario