Es verdad que no
debemos juzgar a nadie y este no es el caso. En esta ocasión, sin embargo,
quisiera analizar un comportamiento que nos ayudará a entender porque existen
personas que afirman no necesitar relacionarse con Dios, ni confesarse, ni comulgar,
ni siquiera participar de la Santa Misa, mientras que otras no conciben la
posibilidad de vivir sin esa comunión con Dios.
Creo que todos
conocemos las pasas de uva. Son pequeñas y arrugadas, secas completamente y en
nada parecidas a la uva fresca, redonda, brillante y jugosa. Aún así, la uva
fresca y la pasa de uva son siempre una uva, en diferentes condiciones.
Ahora comparemos
nuestra alma con una uva. Si un alma vive en contacto con Dios estará siempre
lozana, llena de jugo (gracia). Será capaz de hacer grandes cosas, incluso de
dar la vida (mártires). La comunión con Dios “dilata” el alma, la hace grande, “magnánima”.
Un alma que vive
paralela a Dios, es como pasa de uva. Se repliega, se arruga, se seca y lo
peor, se vuelve incapaz de perdonar, de servir, de amar. Esas mismas
incapacidades le impiden sentirse necesitada de Dios y va por la vida
convencida de que está “bien” y que no le hace falta la religión. Almas
pequeñas o “pusilánimes” existen muchas y no son conscientes de ello.
La reflexión de hoy es
un llamado de atención para todos. Si usted tiene alma de uva fresca recuerde
que se lo debe a Dios, que mientras más desarrolle su relación con Él más jugo
tendrá para ofrecer al mundo. Si usted hoy descubrió que tiene alma de pasa, no
se angustie, empiece cuanto antes a recibir de Dios la gracia que le
transformará en poco tiempo. Acérquese a una parroquia, busque a un sacerdote e
inicie su camino de vida cristiana.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos … ustedes
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