Caminar con una piedra en el zapato es una de las
experiencias más incómodas. De hecho nadie la aguanta por mucho tiempo, pues
por lo regular el problema se resuelve sacando la piedra y, si es el caso,
cambiando de calzado. Creo que a nadie se le ocurriría pensar en continuar
caminando con el incómodo elemento dando vueltas y mortificándonos el pie, a
menos que lo hiciese por penitencia.
Quizás por esa razón usamos la expresión “es como una
piedra en el zapato” al referirnos a una situación que nos incomoda. Una
circunstancia que nos es adversa, nos crea dificultades o nos hace sufrir, es
tan incómoda como una piedra en el zapato. La primera reacción será, como es
lógico, buscar deshacernos de la molesta piedrita.
Lamentablemente no siempre es tan fácil y además, casi
siempre suele suceder que apenas nos libramos de una de esas “piedras”, aparece
otra tan incómoda como la anterior. Lo
que quiero decir es que en la vida siempre nos toca caminar con “piedras en los
zapatos”. Y aunque eso podría tentar a más de uno a detener la marcha, pensando
que si no camina la molestia disminuirá, la verdad es que las piedritas son
incómodas caminando o quedándose de pie en un solo sitio.
Por lo tanto el desafío es aprender a caminar con esas
“piedras” en nuestros zapatos. Ya sabemos que ésta vida no es perfecta y las adversidades,
aunque no son infinitas, siempre serán muy numerosas. Caminar sabiendo que aún
con incomodidad, lo que cuenta es que avanzamos, que seguimos caminando y que
nos acercamos a la meta. Las piedras nos ayudan a caminar con atención, a ser
prudentes y evitar las carreras locas, a comprender que lo bueno cuesta
sacrificio pero vale la pena.
Puede sucederte al final, que termines tomándoles
cariño a esas “piedritas”. Y es que, con un poquito de sinceridad, descubrimos
que han sido un medio para ayudarnos a madurar y a pulir nuestras virtudes. A
fin de cuentas hay que aprender a caminar con ellas, porque siempre estarán
allí.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
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