"Que no haya nada en tí que no sea lo que de tí se espera" (San Juan María Vianney)

lunes, 23 de julio de 2012

Reflexionando el Evangelio: Ser pastor - Domingo XVI del Tiempo Ordinario


Queridos hermanos:

No se puede pensar en un rebaño sin pastor, porque las ovejas que carecen de guía se dispersan y se pierden, como consecuencia no son un rebaño. En el Evangelio Jesús se entristece porque contempla a su pueblo así, como ovejas sin pastor.

La figura del pastor reviste, por lo tanto, una importancia primordial. Imaginarse un pueblo sin guía, sin animador, sin alguien que represente a Cristo, es imaginarse un pueblo desintegrado, desordenado y sin futuro. El pastor cumple una misión irreemplazable: es padre y maestro, médico y juez. De ahí que el santo Cura de Ars afirmara que bastaba dejar a un pueblo sin sacerdote por veinte años, para que terminaran adorando a las bestias.
Como oveja sin pastor ...

Sin embargo sabemos que sólo Cristo es el Buen Pastor, el auténtico, el único que ha dado la vida por sus ovejas y las ama y las conoce por su nombre. Y es Él quien se ocupa de proveer pastores que, como ministros suyos, acompañen a los hijos de Dios. Nadie puede arrogarse ese ministerio si no ha sido llamado por el Buen Pastor.

Y aunque algunos todavía piensen que el sacerdocio es una cruz impregnada de renuncias, casi como un cáliz amargo, los que hemos sido escogidos para servir como ministros del altar sabemos que no es así. Después de la salvación, no hay don más grande que se pueda recibir de Dios, que la vocación al sacerdocio. Poder ser otro Cristo, celebrar el milagro de la Eucaristía y perdonar pecados en nombre de Dios, son junto a otras tantas maravillosas tareas, la corona del sacerdote. De ahí que, quien teniendo ésta llamada no la descubre o no la acepta, se priva de la mayor felicidad.

Hoy como ayer, la Iglesia ora al Padre para que envíe obreros a sus campos. Hoy el mundo tan desorientado y confundido, se presenta como miles de millones de ovejas desperdigadas y en peligro de perderse, a quienes urge la presencia salvífica del sacerdote, del pastor. Sigamos orando por las vocaciones al sacerdocio y por la santificación de los sacerdotes.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
elcuradetodos … ustedes

martes, 10 de julio de 2012

De la tierra al Cielo LXXIII - Lo bueno de las despedidas


Las despedidas encierran una alta dosis de tristeza. Separarse de los seres queridos, de los amigos, dejar atrás una parte de la propia historia, todo parece reportarnos al dolor de la partida. Bien dicen que “partir es morir un poco”. Todos quienes hemos vivido esa experiencia (algunos más de una vez) podemos confirmarlo. Sin embargo, en ésta ocasión, quisiera detenerme en un aspecto hermoso de las despedidas, uno que he descubierto en los últimos días.

Dicen que hay que encontrarles su lado bueno a las cosas, aunque parezca que algunas no lo tienen. Un amigo me dijo que la separación nos ayuda a valorar mejor la amistad, a darnos cuenta de la importancia de quien tenemos cerca y que a veces, por esa misma cercanía, nos es difícil valorar.

Las despedidas me han permitido sentir el cariño de todos de una manera mucho más patente. Cuando uno se despide deja fluir, en palabras y afectos, todo lo que lleva en el corazón. No sabemos cuando volveremos a estar cerca o si podremos volvernos a reunir, y quizás sea eso lo que nos impulsa a sincerarnos. Podría ser también el sentimiento de gratitud o la conciencia de que la relación, ahora con distancia de por medio, se podría ver debilitada y es mejor dejar “sentadas” las bases de la misma. Sea como sea la despedida se convierte en un despliegue de sentimientos positivos, nobles y auténticos, que renuevan y refuerzan el vínculo de quienes se aman.

Es cierto que partir es morir un poco, pero es también cierto que la despedida de brinda un “plus” que te impulsa a emprender un camino nuevo. El afecto sincero y abundante, las abrazos más numerosos y fuertes que nunca, los buenos deseos y bendiciones, detalles, presencia, lágrimas, todo en conjunto hacen que la despedida sea, al mismo tiempo, dolorosa y vigorizante, llena de un amor que te hace llorar.
¡Gracias sean dadas a Dios que nos ha hecho capaces de amar!
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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