Las
despedidas encierran una alta dosis de tristeza. Separarse de los seres
queridos, de los amigos, dejar atrás una parte de la propia historia, todo
parece reportarnos al dolor de la partida. Bien dicen que “partir es morir un
poco”. Todos quienes hemos vivido esa experiencia (algunos más de una vez)
podemos confirmarlo. Sin embargo, en ésta ocasión, quisiera detenerme en un
aspecto hermoso de las despedidas, uno que he descubierto en los últimos días.
Dicen
que hay que encontrarles su lado bueno a las cosas, aunque parezca que algunas
no lo tienen. Un amigo me dijo que la separación nos ayuda a valorar mejor la
amistad, a darnos cuenta de la importancia de quien tenemos cerca y que a
veces, por esa misma cercanía, nos es difícil valorar.
Las
despedidas me han permitido sentir el cariño de todos de una manera mucho más
patente. Cuando uno se despide deja fluir, en palabras y afectos, todo lo que
lleva en el corazón. No sabemos cuando volveremos a estar cerca o si podremos
volvernos a reunir, y quizás sea eso lo que nos impulsa a sincerarnos. Podría
ser también el sentimiento de gratitud o la conciencia de que la relación,
ahora con distancia de por medio, se podría ver debilitada y es mejor dejar “sentadas”
las bases de la misma. Sea como sea la despedida se convierte en un despliegue
de sentimientos positivos, nobles y auténticos, que renuevan y refuerzan el
vínculo de quienes se aman.
Es
cierto que partir es morir un poco, pero es también cierto que la despedida de
brinda un “plus” que te impulsa a emprender un camino nuevo. El afecto sincero
y abundante, las abrazos más numerosos y fuertes que nunca, los buenos deseos y
bendiciones, detalles, presencia, lágrimas, todo en conjunto hacen que la
despedida sea, al mismo tiempo, dolorosa y vigorizante, llena de un amor que te
hace llorar.
¡Gracias
sean dadas a Dios que nos ha hecho capaces de amar!
Hasta
el Cielo.
P.
César Piechestein
elcuradetodos
… ustedes
Que hermoso!
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