"Que no haya nada en tí que no sea lo que de tí se espera" (San Juan María Vianney)

sábado, 20 de diciembre de 2014

Alma de pasa - De la tierra al Cielo



Es verdad que no debemos juzgar a nadie y este no es el caso. En esta ocasión, sin embargo, quisiera analizar un comportamiento que nos ayudará a entender porque existen personas que afirman no necesitar relacionarse con Dios, ni confesarse, ni comulgar, ni siquiera participar de la Santa Misa, mientras que otras no conciben la posibilidad de vivir sin esa comunión con Dios.


Creo que todos conocemos las pasas de uva. Son pequeñas y arrugadas, secas completamente y en nada parecidas a la uva fresca, redonda, brillante y jugosa. Aún así, la uva fresca y la pasa de uva son siempre una uva, en diferentes condiciones.

Ahora comparemos nuestra alma con una uva. Si un alma vive en contacto con Dios estará siempre lozana, llena de jugo (gracia). Será capaz de hacer grandes cosas, incluso de dar la vida (mártires). La comunión con Dios “dilata” el alma, la hace grande, “magnánima”.

Un alma que vive paralela a Dios, es como pasa de uva. Se repliega, se arruga, se seca y lo peor, se vuelve incapaz de perdonar, de servir, de amar. Esas mismas incapacidades le impiden sentirse necesitada de Dios y va por la vida convencida de que está “bien” y que no le hace falta la religión. Almas pequeñas o “pusilánimes” existen muchas y no son conscientes de ello.

La reflexión de hoy es un llamado de atención para todos. Si usted tiene alma de uva fresca recuerde que se lo debe a Dios, que mientras más desarrolle su relación con Él más jugo tendrá para ofrecer al mundo. Si usted hoy descubrió que tiene alma de pasa, no se angustie, empiece cuanto antes a recibir de Dios la gracia que le transformará en poco tiempo. Acérquese a una parroquia, busque a un sacerdote e inicie su camino de vida cristiana.

Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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viernes, 21 de noviembre de 2014

AMANDO DE APURO



Ayer leía el pasaje del Evangelio donde Jesús llama a sus primeros discípulos. A orillas del mar encontró a Pedro y Andrés, para luego encontrarse con Santiago y Juan. A éstos dos pares de hermanos los llamó y los cuatro lo siguieron enseguida, de inmediato, y se fueron con Él dejando todo atrás.

De seguro Jesús puede cautivar a cualquiera y hoy, como en aquel entonces, sigue llamando a hombres y mujeres de todas las edades y condiciones a seguirlo, pero no todos lo hacemos de inmediato. Lo puedo afirmar empezando por mí mismo y continuando con todas las experiencias que he podido conocer a lo largo de los años.

Se nos hace muy difícil (y cada vez más) desprendernos de “lo nuestro” para aceptar lo que Él nos tiene deparado. Parecemos como niños que se aferran a su juguete favorito, decididos a no soltarlo aunque lo que nos ofrezcan sea mucho mejor. Lo más riesgoso es que esa resistencia cause una demora y la demora termine haciendo que perdamos un tiempo valioso, irrecuperable.

La clave está en amar con sinceridad. Quien ama tendrá dos cosas imprescindibles: confianza y premura. Si amamos a Jesús y sabemos que nos ama, tendremos la confianza de abandonarnos en sus manos, de permitirle a Él dirigir nuestra vida, nuestro destino. Sólo quien ama se apresura a servir al Amado, está atento a lo que sea que pida o requiera para inmediatamente responder, sin demora.

Sin duda los cuatro primeros Apóstoles amaron totalmente a Cristo, por eso fueron capaces de seguirle de inmediato, sin titubeos, condiciones o negociaciones. Se desprendieron de lo suyo para poder darse por completo y recibir al Absoluto, al infinito. Ojalá cada vez sean más los que puedan hacer lo mismo.

Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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jueves, 2 de octubre de 2014

De la tierra al Cielo - Poner toda la carne en la parrilla


En tiempos de calentamiento global y de extinción de especies, el llamado a cuidar de los recursos no renovables es urgente. Se trata no solo de reciclar o de no arrojar basura por doquier, sino y sobre todo, de aprovechar de manera eficiente los recursos, evitando así usar más de lo necesario.

Pero esa misma sociedad de consumo y despilfarro, que hoy nos pide usar y consumir con mesura, es la que nos ha enseñado a buscar siempre el camino más fácil, la comodidad y el menor esfuerzo. Da pena corroborar todos los recursos humanos que a diario quedan estériles, por la indiferencia o la desidia.

No es de cristianos la mediocridad. Cristo nos ha llamado a ser perfectos como nuestro Padre, afirmó que Él vino para que nosotros podamos hacer cosas más grandes que las que Él mismo hizo. Pero nada de eso se hará posible si no hay un esfuerzo de nuestra parte, sino ponemos toda la carne en la parrilla.

La clave no está en cosas como al amor propio, autoestima, motivación o altruismo. Se trata de amar y dejarse guiar por el amor, puesto que sólo quien ama es capaz de entregarse totalmente, sin medias tintas.

Ojalá aprendamos de los santos, ellos sí que lucharon para no quedarse a mitad de camino. Pensemos en el pobre San Lorenzo, que murió asado, literalmente. Lo pusieron en una parrilla y en plena tortura pidió que lo dieran vuelta, para quedar dorado de ambos lados. Seamos valientes y generosos, démoslo todo a quien lo dio todo por nosotros.


Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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miércoles, 6 de agosto de 2014

De la tierra al Cielo - La mega fiesta

Hace pocos días tuvimos una pequeña parrillada con algunos grandes amigos, de esos de toda la vida. En un abrir y cerrar de ojos la casa estaba repleta de gente, con mucho ruido, muchos hijos y mucho humo claro. Contemplando tan alegre cuadro y volviendo a saborear cada uno de los abrazos y los besos recibidos como saludo y muestra de la alegría del reencuentro, me puse a imaginar cómo será la más grande de las fiestas.
Doña Perse cuando disfrutaba del mar.

Y es que aunque no sabemos la fecha en que se celebrará, sabemos que el día llegará. Los anfitriones la están preparando desde siempre y el Hijo nos ha prometido que será memorable. Habrá muchos motivos para festejar, pero yo siempre me detengo en el que más me entusiasma: el reencuentro. Sólo pensar en volver a abrazar a tantos que ya hace tiempo que no veo, porque se fueron lejos o porque murieron, me hace mucha ilusión.

Algunos quizás no estén de acuerdo conmigo. Ciertamente lo más importante ese día será encontrarnos con el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, los anfitriones, los que han hecho todo esto posible, pero yo ya me siento en comunión con ellos. Los amo y me aman y de seguro en esa fiesta eterna esa comunión será mucho más perfecta, pero no logro imaginarme como sería. Sin embargo  sí me imagino volviendo a abrazar a doña Perse y a Nino, a la Tata y a tantos otros que ya no están. Es maravilloso pensar en ese reencuentro.

Vale la pena pensar y añorar algo que sucederá, algo que Dios nos ha prometido. Nuestra esperanza no será defraudada y el anhelo que hoy tenemos de esa fiesta, no sólo nos permite encontrar consuelo ante la muerte, sino que nos alienta a ser fieles para poder ser también parte de ese gran reencuentro.


Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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viernes, 1 de agosto de 2014

De la tierra al Cielo LXXXVI - El valor de una foto

Me detengo a mirar unas fotos viejas. Antes parece que era todo un acontecimiento sacarse una foto. Vestuario, locación especial y algunos otros detalles que hacían mágico aquel “flash”. Una impresión que detenía el tiempo y lo dejaba sellado a perpetuidad. Tiempo que va pasando velozmente y que sin esa foto quedaría en el olvido.

Y me pongo a pensar cómo será para Dios, cuántas fotos nuestras tendrá Él. Quizás ninguna, porque Él no las necesita, para el no hay tiempo ni espacio, para Él todo es presente. Pero nosotros sí las necesitamos, a nosotros el tiempo sí nos corre y la memoria nos falla, las fotos son muy importantes para no olvidar esa sonrisa, ese rostro amado, ese momento de alegría o de luto, minutos que pasaron pero que siempre son memorables.

Y vuelvo a pensar en aquellos que ya no están con nosotros y me vienen esas ganas de mirar las fotos, de volver a experimentar lo que sentía en su compañía. Y sigo pensando en que el tiempo se pasa y la vida también, y le doy gracias a Dios por las fotos, pero agradezco más todavía por las personas retratadas en ellas, porque sé que siguen existiendo y verlos en las fotos me acerca a ellos. ¡Benditas fotos!


Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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viernes, 4 de julio de 2014

Sin Pelos en la Lengua - La deuda eterna


Tantos poetas han escrito sobre el amor materno y siempre se quedan cortos. El amor de la madre es el que más se asemeja al de Dios: es desinteresado y gratuito, incondicional y dispuesto a todo por la felicidad del hijo. Así nos ama mamá y así nos ama Dios. Nuestro amor de hijos es limitado, porque es una respuesta al amor que recibimos primero, es un amor de correspondencia, de gratitud.

Cuando me pongo a pensar en el amor de mi madre, me preocupa la gran deuda que he adquirido con esa mujer. Me parece que no me alcanzarán ni el tiempo, ni las fuerzas para poder pagarle, me siento en deuda y una deuda eterna.

Se imaginarán entonces como me siento cuando pienso en el Amor de Dios. Tantas maravillas que día a día recibo de su parte. Mi vida ha sido y es una lluvia constante de bendiciones, tantas que a veces me da miedo ni siquiera darme cuenta y que se escapen de mi capacidad de descubrirlas. Y créanme que me preocupa.

Me preocupa entender que jamás podré pagarle tanto amor. Como lo dice el salmo 116 “Cómo pagaré a Yahvé todo el bien que me ha hecho”, así me siento. No me angustia, pero me preocupa, no es una deuda que me aplasta, pero si me exige todos los días esforzarme para poder pagar aunque sea algo de tanto que me brinda. Y en mi oración le doy siempre gracias, pero también le pido que me aumente la capacidad de amarlo y de seguir pagando mi deuda.

Estoy seguro que ustedes también han percibido y descubierto cuánto los ama Dios, pero quisiera saber si también sienten la preocupación de pagar la deuda.

Hasta el Cielo.

P. César Piechestein

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viernes, 13 de junio de 2014

De la tierra al Cielo LXXXV - Cansado pero no me canso

Cuando estamos cansados siempre parece que nunca lo estuvimos tanto o que no hay otro que se canse tanto, sin embargo basta mirar o recordar para darnos cuenta que no es así. En todo caso, el cansancio siempre será parte de nuestra vida. Lo que cuenta es cansarse sin cansarse.

Yo tengo que confesar que me que ando muy cansado, sobre todo en los últimos días. El trabajo parece que se me multiplica y además se diversifica, lo que exige energía y también concentración. Pero aunque me siente muy cansado, no me canso de hacer lo que hago. Es decir que uno puede estar muy cansado físicamente, pero enamorado de lo que hace, por lo tanto no se cansa de hacerlo.

Lo triste es estar cansado de hacer aquello que te toca, es decir, estar aburrido, no encontrar el sentido o el objetivo de tu vida y por lo tanto, de lo que haces. Cuando sucede eso, aunque lo que haces sea fácil y agradable, termina agotándote el doble.Es decir que estás cansado y cansado.

Hoy quisiera que reflexiones un poco y te decidas terminar con el círculo vicioso, y que más bien te canses de estar cansado y cansado. Basta de tener una vida gris, cuando Dios nos ha diseñado para ser felices. Empieza por descubrir lo bello de servir, que es lo que cuenta al final. Hagas lo que hagas, lo que hayas escogido o que las circunstancias te pusieron a hacer (aunque no te guste mucho), lo que cuenta es que descubras la alegría en el servir, porque de eso se trata el amor.

Así, aunque te canses hasta el agotamiento, no te cansarás nunca de hacerlo todos los días. Todo lo contrario, será un placer estar cansado.

Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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jueves, 29 de mayo de 2014

De la tierra al Cielo LXXXIV - El queso ajeno


Es necesario amar lo que se hace, sólo así explotamos el máximo de nuestra capacidad y damos lo mejor de nosotros mismos. Es comprensible que, cuando así sucede, sintamos un sano orgullo por lo obtenido con esfuerzo y a veces incluso mucho sacrificio. De ahí que surja aquel adagio de “Cada quien alaba su queso rancio”.

Y es que sobre gustos no hay nada escrito, y lo que a uno le puede parecer extraordinario (porque es lo suyo) a otro le podría parecer mediocre y no necesariamente porque haya envidia de por medio. El tema es que como no me costó a mi, como no fui yo quien lo hizo, no me parece tan importante o trascendental. Y aunque no provenga de la envidia, el menosprecio de lo ajeno, no deja de ser pernicioso para la convivencia humana.

La clave sería ponernos en el lugar del otro y procurar valorar no sólo la obra en sí, sino el esfuerzo que costó conseguirla. Para ello bastará con dialogar con el autor y descubrir así el trasfondo de la obra. De seguro eso nos permitirá descubrir un valor añadido. Una vez que hemos comprendido los antecedentes, veremos el fruto con otros ojos y podremos saborear mejor el “queso rancio” ajeno, tal como hacemos con el nuestro.


P. César Piechestein
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jueves, 22 de mayo de 2014

Agradecer la ensalada de brócoli


En una familia cristiana es natural que al sentarse a la mesa para comer se haga una oración de bendición, con la cual se da gracias a Dios por los alimentos. Es motivador ver que quienes aprenden más rápido esta devoción son los niños. Pero es verdad también que son muchas veces esos mismos niños los que luego empiezan a hacer remilgos cuando encuentran en el plato cosas que no son de su gusto. Y entonces empieza el combate generacional, pues los padres (como es correcto) exigen a sus retoños que coman todo, que las verduras son importantes, que muchos niños pasan hambre, etc, etc.

Lo que me preocupa no es que los niños caigan en la contradicción de agradecer algo que luego rechazan, sino que ese comportamiento se repita en personas adultas. Nosotros estamos bien educados y sabemos que es norma de buena conducta agradecer los bienes y favores que recibimos, más aún a nuestro mayor benefactor que es Dios. Sin embargo, no es extraño que reneguemos o rechacemos aquello que no va de acuerdo con nuestro gusto (o capricho) y es ahí donde terminamos emulando a los más pequeños.

Vivir es ya un gran don que hay que saber valorar y agradecer, pero la vida no es color de rosa, ni la podemos pintar del color de nuestra preferencia. La vida es como es: hay días claros, días grises y días oscuros, todos son siempre un regalo. Lo único que nunca cambia es el amor de Dios que no nos deja jamás abandonados, aún en las oscuridades más negras. Por eso y aunque no nos “nazca” hemos de agradecer de palabra y de obra, todo lo que Dios en su providencia nos vaya entregando. Eso sí, sin pretender endilgarle a Dios culpas que no tiene, porque todo lo que viene de Él es bueno, así como la ensalada de brócoli que se obliga a comer a los niños.

P. César Piechestein

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jueves, 30 de enero de 2014

De la tierra al Cielo LXXXXII - Pelando tu cebolla

En mi adolescencia me contaron una pequeña historia sobre unas piedras preciosas que alguien cultivaba en su jardín. Las demás hortalizas se burlaban de ellas porque no “servían”  para nada, no se las podía cocinar como a los vegetales y por lo tanto eran “inútiles”. Las pobres gemas, llenas de vergüenza y entristecidas, optaron por irse cubriendo de capas y se convirtieron así en lo que hoy conocemos como cebollas. Resulta que por eso quitarle las capas a una cebolla, le saca lagrimas a uno.

En todo caso el cuento deja varias reflexiones. Yo quisiera simplemente quedarme con la dificultad que se presenta cuando se trata de quitarle las capas a alguien que se ha llenado de ellas. Y quizás más difícil aun cuando se trata de quitarnos nuestras propias capas. La vida y los roces que las relaciones interpersonales producen nos crean desconfianzas y heridas que cubrimos con esas capas y nos resistimos a quitarlas, por miedo a quedar desprotegidos. Cada capa hace más difícil ver la piedra preciosa que es nuestra alma y por lo tanto dificulta el amor.

Nuestra felicidad se fundamenta en la posibilidad de amar y ser amados. Dios nos ama sin condición, pero las capas muchas veces no nos dejan percibir ese amor. Simplemente no nos dejamos amar por Dios, ni por nadie que busque hacerlo. De ahí que el mundo vaya de tumbo en tumbo. Crece el mal y con él la desconfianza y el miedo, produciendo esa necesidad de cubrirnos cada vez con más capas.

Ojalá esta pequeña historia nos anime a quitarnos unas cuantas capas, o por lo menos nos detenga en el proceso de agregarnos más. El mundo necesita gente feliz, amada, amable y dispuesta a descubrir la gema que todos llevamos dentro.

Hasta el Cielo.

P. César Piechestein

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