"Que no haya nada en tí que no sea lo que de tí se espera" (San Juan María Vianney)

miércoles, 29 de febrero de 2012

De la tierra al Cielo LXVIII - Vida interior

«Muchos me dirán aquel Día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” Y entonces les declararé: “Jamás los conocí; ¡apártense de mi, malhechores!”». (Mateo 7, 22-23)

Puedo cultivar amistades, y de seguro hacerlas crecer hasta que sean fraternas,
pero sin vida interior no trascenderán hasta la vida eterna.

Puedo cumplir con dedicación todos los mandamientos, y de seguro no tendré nada que reprocharme,
pero sin vida interior no llegaré a ser santo, será tan bueno como el joven rico.

Puedo servir al necesitado y consolar al que sufre, y de seguro podré así mejorar el mundo,
pero sin vida interior, la ingratitud de los hombres me amargará el corazón deteniéndome tarde o temprano.

Puedo proclamar el Evangelio a todos, y de seguro veré los frutos de la predicación,
pero sin vida interior, el resultado será efímero, sin raíces, como flor de un día.

Puedo rezar encomendando a Dios todos mis afanes, y de seguro escuchará mi plegaria,
pero sin vida interior no lograré escucharlo y mi oración será siempre un monólogo.

Puedo confesar mis pecados, y de seguro el Señor me los perdonará,
pero sin vida interior el dolor que sentiré por ellos será superficial y mi conversión no será profunda.

Puedo comulgar a diario, y de seguro que la gracia del sacramento me inspirará a ser como Cristo,
pero sin vida interior no llegaré a encarnarlo, y quedaré como la piedra en el río a la que el agua no puede penetrar.

Puedo celebrar la Santa Misa, y de seguro que a través de ella Dios seguirá obrando milagros de gracia,
pero sin vida interior no seré más que un canal por el que el agua pasa, pero no se queda.

«El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo». (Mateo 13, 33)

Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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domingo, 26 de febrero de 2012

Reflexionando el Evangelio: Penitencia voluntaria - I Domingo del Tiempo de Cuaresma

Queridos Hermanos:

Creo que de niños todos hemos hecho la experiencia de estar castigados. Ese tiempo pasado en el rincón, contemplando el blanco de las dos paredes que se unían frente a nuestros ojos tenía un valor pedagógico. Para algunos puede parecer simplemente un modo de torturar al chiquillo inquieto, pero yo creo que es la única manera de obligarlo a estarse quieto un rato y pensar, reflexionar sobre aquello que lo puso en esa situación.

Creo que el mismo principio se puede aplicar a los adultos que tienen que pasar un período en la cárcel. El objetivo de estos lugares es la rehabilitación del individuo de manera que no siga siendo un peligro para la sociedad. Se espera que le pérdida temporal de la libertad lo obligue a reflexionar y a arrepentirse del mal cometido. Por lo menos esa es la teoría, luego en la realidad se sabe que no siempre sucede así.

En ambos casos ha sido otra persona la que ha impuesto el castigo, la penitencia, aunque el resultado depende de quien la hace. Tanto el niño como el adulto podrán terminar el proceso dispuestos a cambiar, o simplemente decididos a recomenzar sus travesuras o delitos.

Jesucristo decidió darse cuarenta días de aislamiento y mortificación. Ayuno en el desierto, oración y preparación a su vida pública. Un tiempo duro, que aunque pudo haberlo debilitado físicamente, lo lleno de fuerza espiritual. Y con su ejemplo nos invita a imitarlo.

¿No creen que se asemejan, el castigo del niño en el rincón y el del adulto en la cárcel, a los cuarenta días del desierto? Yo creo que sí porque el objetivo es siempre el mismo: arrepentimiento, penitencia y conversión.

Existe claramente una gran diferencia y es que nadie nos obliga a vivir la Cuaresma. La Iglesia en nombre de Dios nos invita a un tiempo de penitencia que nos sirve para revisar nuestra vida, evaluarnos y convertir aquello que nos aleja de la salvación. Todo siempre que el único objetivo que verdaderamente cuenta: agradar al Señor.

Espero que todos pongamos todo de nuestra parte para no desaprovechar ni un solo día, para encontrar nuestro “desierto” donde poder meditar y a través de la oración más intensa, de las mortificaciones y renuncias por amor y de las obras de misericordia generosas, logremos dar muchos frutos. Siempre para mayor gloria de Dios.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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jueves, 23 de febrero de 2012

De la tierra al Cielo LXVII - Gusto por la dependencia

Desde hace algún tiempo que se propone como un valor esencial la independencia. Hay que estudiar y prepararse para poder trabajar y ser independiente. La mujer tiene que liberarse de la dependencia del hombre. Los hijos deben madurar y aprender a ser independientes. De todas formas y por todas partes nos nutren con la sobrevaloración de la bendita independencia. Y yo me rebelo ante esa filosofía porque a mi me gusta depender.

Quien me podría presentar un cuadro más conmovedor que el de una madre con su bebé en brazos y siendo el más hermoso de los símbolos humanos, representa la rechazada dependencia. Sí porque ese bebé depende totalmente de los cuidados, del amor de su madre. Pero atención, porque también ella depende de su bebé. Desde que lo concibió su corazón empezó a depender de ese nuevo ser que crecía dentro de ella, en una dependencia que nunca termina, ni siquiera cuando el hijo es un hombre maduro. A su hijo irán sus pensamientos, preocupaciones, desvelos, afectos, etc. Al final dependen el uno del otro.

Porque al final la verdad es que dependemos siempre. Y no sólo dependemos de otras personas, también dependemos de cosas inanimadas como el aire o el agua. Por más que pretendamos la independencia, nunca la alcanzaremos, es un imposible.

Y a mi me gusta la dependencia. Parece absurdo, pero no lo es. Es porque nos han saturado vendiéndonos la independencia como valor deseable y posible. Hoy no les quiero “vender” la dependencia, solo quisiera demostrarles que es real, positiva y sana.

Me gusta saber que dependo de otros y que otros dependen de mi, y que muchas veces yo dependo de los que dependen de mi, es decir que también me gusta la interdependencia. No somos islas ni superhéroes. ¿No es acaso en la mutua dependencia que se fundamenta el amor?

Ustedes me dirán que depender de alguien es un riesgo porque puedes terminar defraudado y es verdad. Pero yo sé que en última instancia dependemos de Dios. Él es quien dirige nuestras vidas, quien como Padre y Pastor nos sostiene y guía. Es como una madre que acuna a su bebé. Él nunca defrauda.Y aún Dios espera de nosotros, nos necesita, nos llama. Desea que lo amemos y que nos amemos como hermanos, que aprendamos a depender unos de otros. 

Así que basta de luchar por ser independiente, porque es una guerra perdida. Aprende más bien a vivir y a amar la dependencia.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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domingo, 19 de febrero de 2012

Reflexionando el Evangelio: Amigos de Dios - VII Domingo del Tiempo Ordinario

Queridos Hermanos:

Creo que a todos conmueve la imagen que nos presenta el Evangelio de Marcos, sobre todo cuando apenas hemos celebrado el día del amor y la amistad. Cuatro hombres que llevan en una camilla a su amigo paralítico para que conozca a Jesús. Tanto amaban a su amigo no se desaniman ante la imposibilidad de hacerlo entrar por la puerta y lo descuelgan por un agujero hecho a propósito en el techo. ¡Qué lección tan grande de generosidad y entrega por amor al amigo!

Hoy de seguro tendríamos que preguntarnos si realmente nuestra relación con Cristo es de amistad, o sólo un cercano compañerismo. Ahora mismo les explico por dónde tendría que comenzar el examen.

Cuando a Jesús le aparece desde lo alto este hombre en su camilla, el Señor no le dice enseguida “Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”, sino “Tus pecados te son perdonados”. Pensemos que para los judíos todo mal que le tocase padecer a uno era siempre consecuencia de un pecado cometido por uno mismo o por sus padres. Entonces tiene perfecta lógica que Jesús le haya primero perdonado sus pecados.

El problema es que no sólo los judíos pensaban así, muchos cristianos hoy en día siguen convencidos de que el mal que se padece es consecuencia del mal cometido, es decir, que sería como un ajuste de cuentas de parte de Dios. Lógico entonces sentirse atacado o castigado cada vez que hay algo que sufrir. Este es la actitud de quien sigue sintiendo a Dios como un compañero, pero no como un amigo.

Los santos son los grandes amigos de Dios y cada uno tuvo que sufrir, como sufre todo ser humano. Recordemos por ejemplo la larga y dolorosa enfermedad del beato Juan Pablo II. Quien podría pensar que fue castigado por Dios y sin embargo le tocó también padecer el dolor. Y así como él tantos santos y santas de la Iglesia.

Jesús nos ha llamado amigos y Dios es nuestro Padre. No hay castigo en esta vida, pero no podemos tampoco pretender una vida exenta de sufrimientos, al menos no en este mundo. La mayor prueba de la amistad que Dios nos ofrece es su misericordia, su perdón. Sólo quien de verdad ama es capaz de perdonar y sólo quien de verdad ama es capaz de pedir perdón. Ya va siendo hora de que lo hagamos vida, que agradezcamos la misericordia de Dios arrepintiéndonos sinceramente de nuestros pecados, porque el perdón no nos será jamás negado.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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jueves, 16 de febrero de 2012

Informe Cesarial Culinario Extra-extraordinario - "Fritada Amazónica"

Mis golosos ALA:

El presente informe cesarial culinario es doblemente extraordinario. Hoy no sólo que hablaré de más de un exquisito plato de la comida criolla ecuatoriana, sino que en ésta ocasión me he puesto yo mismo a cocinar. Seguro que algunos estarán poniendo cara de sorpresa y otros de incredulidad, pero es la puritita verdad: elcuradetodos sabe cocinar. Lo único es que cuando entro en la cocina cambio el pseudónimo y paso a ser el chef Ottimo Peperoni (que en traducción literal sería Óptimo Pimiento). Eso sí no crean que porque el pseudónimo es en italiano, los platos también lo son. Como buen patriota sólo cocino comida nacional ecuatoriana y especialmente guayaca.
En plena preparación (nótese el uniforme del chef)

La ocasión
Como es lógico pensar, el cocinar no es una de mis actividades ordinarias, pero si la ocasión lo amerita no dudo en tomar la sartén por el mango y todo lo que haga falta para servir la mesa. En este caso había que celebrar el fin del semestre y de los exámenes. Por eso decidí invitar a un grupo de compañeros a degustar platos de comida típica. Entre los comensales tenía tres italianos, un colombiano y un español.

Menú
A los comensales se les anticipó vía email la propuesta del chef. Como primer plato tan reconocida “Sopa de la Abuela” (vulgarmente llamado “sopita de queso”). Como segundo plato arroz con menestra, aunque no es fácil conseguir el arroz y las lentejas adecuadas. Por acá el arroz es demasiado grande y las lentejas chiquititas. Luego de una búsqueda detectivesca pude encontrar las medidas adecuadas. Como carne principal, fritada de cerdo, pero no cualquier fritada sino la famosa “Fritada Amazónica”. Esta es una especialidad que aprendió Ottimo Peperoni en sus viajes por la provincia del Napo. Todo se acompañó con vino hecho en casa producción 2011 de las viñas de Roccasecca, cuna de San Tomás de Aquino, específicamente de la familia Molle. Cerrando con broche de oro una magnífica selección de dulces romanos tipo tartaleta y mouse.

Secretos que puedo revelar
Creo que un chef, así como un mago, no debe revelar sus secretos. Sin embargo y con el deseo de que ustedes puedan también preparar éstas delicias, compartiré algunas de las claves que mejorarán sus platos. Primero es muy importante dedicar el tiempo necesario para la adquisición de los productos. El principio es siempre el mismo “Quien busca, encuentra”. La comida, mientras más barata, más sabrosa. Por eso hay que buscar lo que está de oferta y si se puede también regatear. Usted que puede vaya a la feria libre, a la plaza, hágase amigo de la casera y verá que siempre tendrá su cocina bien abastecida y sin perjudicar demasiado el bolsillo. Una vez conseguido los ingredientes, lo segundo es relajarse durante cinco minutos. Puede hacerlo como mejor le parezca, aunque yo recomiendo pensar en el “Chavo del 8” y sus tortas de jamón. Lo demás no lo puedo compartir, porque es personal.
La exclusiva "Fritada Amazónica"

Para que la sopa de la abuela le quede bien es importante que el queso sea fresco, criollo o no criollo, lo que cuenta es que no tenga demasiada sal y que no sea del mismo día porque sino hace rechinar los dientes. Es importante también que los huevos batidos los agregue cuando la sopa hierve, así quedarán como hilachas dándole esa característica particular y artística.

Para que la fritada le quede jugosa (no hay cosa peor que el cerdo seco) es importante que una vez en la paila, le agregue una taza y media de agua. Al cocinarse en el agua, la carne suelta la grasa y al final se freirá en ella, puesto que el agua se evapora. Otro secreto es agregarle un poco de vino tinto un poco antes de terminar la cocción, eso le da color y un aroma especial. Me disculpan pero sobre la sazón me reservo porque es un secreto tribal que no puedo revelar. Lo que sí les digo es que no les debe faltar ni el ajo, ni el comino.

Conclusión
Está demás decirles que los comensales quedaron más que contentos e impresionados. Me hicieron prometer que les volveré a preparar el mismo menú, que me dejaban descansar un mes. Probablemente lo haré porque para eso somos los chef. Espero que me cuenten sus experiencias y que mis consejos les ayuden a preparar algo sabroso para la gente que aprecian. Recuerden que “Amor con amor se paga”.
Hasta el Cielo.

Chef Ottimo Peperoni
P. César Piechestein
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miércoles, 15 de febrero de 2012

Sin Pelos en la Lengua - En defensa del Morocho

Es extraño constatar que aunque todos nos extasiamos frente a un orquesta que ejecuta una pieza de música clásica, la mayor parte del tiempo nos conformamos con escuchar en la radio el éxito del momento. Sin duda alguna es mucho más elegante un traje que un jeans y sin embargo usamos el traje sólo en ocasiones especiales. Es verdad que a todos nos gusta participar en un banquete y degustar platos extraordinarios, pero no es cosa de todos los días. A diario nos deleitamos con los platos que se cocinan en nuestras casa, simples y criollos, y quedamos más que contentos. Es decir que sabemos valorar aquello que es especial, pero también entendemos que es algo extraordinario. Cotidianamente somos felices con lo ordinario.

Personalmente disfruto mucho de una poesía armoniosa o de un discurso bien construido, pero reconozco que aunque hermosos, no son parte de lo ordinario. A mi me gusta hablar morocho, en suelto, a la criolla, porque es así como hablamos todos los días, es parte de nuestra vida ordinaria.

Y atención que morocho no significa vulgar, sino coloquial, como hablamos dentro de nuestra casa, con la familia, con los amigos. Así creo que todos nos entendemos y aunque las palabras sean las más simples, el mensaje puede ser muy profundo y creo que esa es el objetivo de la buena comunicación. Grandes ideas en pobres palabras.

Insisto en lo dicho al principio, esto no quita que sepa valorar lo bello, lo excelso, lo extraordinario, sino sólo reconocer que en la cotidianidad a veces es más fácil llegar a la mayoría hablando morocho. Quizás sea una buena propuesta ahora que estamos trabajando en la Nueva Evangelización y preparándonos para el Año de la Fe. Grandes verdades, el más grande mensaje, siempre con un lenguaje sencillo y eficaz.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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domingo, 12 de febrero de 2012

Reflexionando el Evangelio: Glorificarlo - VI Domingo del Tiempo Ordinario

Queridos Hermanos:

Cuando uno de verdad quiere alcanzar una meta debe resistir la tentación de la dispersión. Quien está resuelto a alcanzar un objetivo sabe que tiene que concentrarse y renunciar, no digo a todo lo demás, pero sí a muchas cosas que le podrían quitar las fuerzas y por lo tanto demorar la marcha hacia su ideal. En la segunda lectura de hoy San Pablo nos da la pauta cuando nos invita a hacer todo lo que hacemos para dar gloria a Dios.

La energía más grande, el sentimiento más puro es el amor. Nuestro amor hacia Dios surge sobre todo cuando descubrimos todo el bien que nos ha hecho, es decir, cuando descubrimos que Él nos ha amado primero. Cuando vemos cómo el leproso del Evangelio de hoy no obedece al Señor que le había pedido específicamente no contar a nadie su curación, nos es fácil comprenderlo. Era prácticamente imposible para él quedarse callado ante semejante gracia, era impensable no dar gloria a Dios por un bien tan grande.

Cada santo a su manera glorificaba al Señor. San Francisco exultaba viendo la mano del Creador en la naturaleza. Santa Teresa lo glorificaba a través de su poesía. San Francisco Javier engrandecía el nombre de Dios predicando y bautizando en tierras de misión. El beato Manuel González daba gloria a Dios dando y buscándole compañía al Abandonado del Tabernáculo. Todos siempre caminando hacia el mismo objetivo: dar a conocer a Aquel que nos ha amado primero, que por nosotros a entregado su vida.

Seguro que, así como el leproso del pasaje de hoy, cada uno de nosotros tiene alguna razón para dar gloria a Dios. Yo tengo mucho más de una. Por lo tanto ahora nos toca seguir el consejo de San Pablo y el ejemplo de todos los santos. Basta proponérnoslo como objetivo y concentrar en ello todas nuestras fuerzas. Todo lo que hagamos que sea para dar gloria a Dios, para darlo a conocer. Él mismo se encargará de brindarnos cada día las oportunidades para hacerlo. Y como siempre les digo “amor con amor se paga”. Si nosotros callamos hablarán las piedras.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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viernes, 10 de febrero de 2012

De la tierra al Cielo LXVI - Adviento en febrero

Hoy Roma es diferente, nunca la había visto así. En realidad nunca en mi vida me había tocado ser parte de una espera tan generalizada, tanto que la expectativa se respira en el ambiente. Como ustedes saben toda Europa está padeciendo una ola de frío siberiano, como hace décadas no acontecía. La semana pasada ésta ciudad, sin previo aviso, se vio cubierta de una gruesa capa de nieve, cosa que no sucedía desde 1985. La ciudad se hundió en el caos, prácticamente se vio forzada a detener su marcha. Una semana más tarde, con todo eso muy fresco en la memoria colectiva, todos los servicios meteorológicos han dado el aviso de nieve, aunque no la hora exacta.

Me levanté como de costumbre, pero con la idea de que tenía que estar preparado para lo que pudiese acontecer. Por primera vez decidí que tenía que ponerme los guantes y por supuesto no podía olvidar el paraguas. Nada más salir de la casa, me topé con una ciudad distinta. Poca gente por las calles, y aquellos que me encontraba iban tan apertrechados como yo. Pero más que eso, había algo en el aire de diverso. Miradas hacia el cielo, ya cubierto de nubes; comentarios sobre el clima y sobre las consecuencias de la posible nevada; un paso más apresurado del normal como el de quien quiere terminar pronto su quehacer, para poder regresar a casa. Una cosa es que se los cuente y otra el poder vivirlo.

Al llegar a mi capellanía y saludar al Señor del Tabernáculo una idea me hizo detenerme a reflexionar. Y es que esa actitud de espera me recordaba a la del Adviento. Porque también Cristo nos anunció que volverá en gloria, pero no nos dijo cuando. Es decir que esperamos con certeza su venida, aunque no sepamos el día ni la hora. Y si ante la posibilidad de una nevada todos procuramos estar preparados, no es lógico tener las mismas precauciones frente al día del Juicio Final. Porque el frío siberiano nos podría hacer mal, pero presentarnos ante el único Juez que cuenta sin tener el alma limpia nos puede costar la muerte eterna. También es cierto que el regreso de Cristo es motivo de alegría, porque vendrá a renovar la faz de la tierra, a hacer nuevas todas las cosas, pero de nada de eso podremos ser parte si no somos dignos.

Creo que la experiencia de hoy me deja una profunda enseñanza, de esas que sólo se aprenden viviéndolas en carne propia. Los cristianos estamos siempre en camino, siempre viviendo en la espera del retorno de nuestro Rey. Y caminamos preparándonos para ese gran día, con una esperanza que nos mantiene alertas, sabiendo que este mundo es pasajero y que nuestra meta está más allá de lo que ven nuestros ojos.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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miércoles, 8 de febrero de 2012

Sin Pelos en la Lengua - Ateos admirables

Dicen que uno admira en los demás precisamente las cualidades de las que uno carece. Yo estoy bastante de acuerdo con la idea. Desde hace algunos meses he entablado amistad con alguien que asegura que es ateo, que afirma con toda seguridad que no existe ningún ser espiritual superior, ni vida después de la muerte, ni premio o castigo en un más allá que considera frutos de la imaginación.

Charlamos de cosas varias, casi siempre de temas poco profundos. La verdad no es el primer ateo que conozco y siempre me producen la misma admiración. Me ha tocado confirmar que son personas de bien, como cualquiera que respete las reglas básicas de convivencia humana, pero carentes de fe y de esperanza. Aún así viven su vida como cualquiera de nosotros y eso me parece admirable, porque yo sería incapaz.

Llámenme como mejor les parezca: cobarde, dependiente, pusilánime, pero yo no sería capaz de seguir adelante en este mundo si no tuviera fe y esperanza. Estoy convencido de que si me quitaran esos dos pilares mi vida simplemente se derrumbaría, porque soy perfectamente consciente de que no tendría la fuerza ni para levantarme de la cama.

La fe, no sólo de creer en la existencia de Dios, sino de creerle con entera consciencia. Saberlo presente y actuante, con una providencia atenta a todo lo que sucede en la creación. Saber que me ama con predilección y que su paciencia y misericordia son infinitas, me permite levantarme cuando he caído y confiar en que siempre tendré una nueva oportunidad. Fe en su presencia en la Eucaristía que me nutre, me acompaña y me recuerda que Dios se hizo hombre para redimirme.

No podría seguir adelante sin la esperanza de una vida después de la muerte. Una vida eterna, mejor que esta, donde la muerte no existirá, ni la enfermedad, ni e sufrimiento, ni el mal. Donde todos seremos plenamente felices. La esperanza de volver a encontrar a mis seres queridos que ya partieron, de volverlos a ver y de poder compartir otra vez con ellos. La confianza de que todo eso que nos ha sido prometido se cumplirá me motiva a seguir luchando, a construir y a sembrar.

Quizás sea cierto que soy un cobarde, que dependo de Dios y de sus promesas, pero no me avergüenzo. De todas formas admiro la valentía de quienes pueden vivir sin lo que yo no sería capaz ni de dar un paso. De todas maneras oro para que conozcan lo bueno que es Dios, ya que son tan valientes seguro que si lo aceptasen su valentía sería aún más grande y serían todavía más admirables.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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domingo, 5 de febrero de 2012

Reflexionando el Evangelio: Corresponder al bien recibido - V Domingo del Tiempo Ordinario

Queridos Hermanos:

La compasión es uno de los sentimientos ligados al amor, a la caridad. Compasión significa sentir-con, ser capaz de ponerse en el lugar del otro y experimentar sus emociones, sean agradables o dolorosas. Jesucristo se hizo en todo igual a nosotros, menos en el pecado. Comparte todos nuestros sentimientos, menos aquellos pecaminosos. Es lógico que al llegar a la casa de su amigo Pedro y ver a la suegra de éste en cama por la fiebre, sin que nadie tuviera que pedírselo, se acercara a curarla. Tuvo compasión de ella y de toda su familia.

Es importante subrayar como ella luego corresponde al don recibido y enseguida se pone a servir. Busca ser recíproca con quien le ha hecho el bien. Esta es otra señal inequívoca del amor, porque amor con amor se paga. En ésta mujer encontramos un testimonio que seguramente debemos de imitar. Si revisamos lo que nos dice San Pablo en la segunda lectura, confirmamos la idea. Él insiste en su deber de servir y de hacerlo principalmente transmitiendo el Evangelio.

Todos tenemos necesidades, preocupaciones o problemas por los que nos encomendamos a Dios. Esperamos de Él una ayuda, una respuesta que nos permita superar lo que sea que nos hace sufrir. Quizás ante el pasaje de la curación de la suegra de San Pedro nos podríamos inclinar a hacernos la pregunta: ¿por qué a ella sí y a mi no? De seguro tendríamos que pensar bien si es correcto ese cuestionamiento.

Todos hemos sido curados de la más grave de las enfermedades, una que nos condenaba a la muerte eterna. Para curarnos Jesús tuvo que sacrificarse en la Cruz. Quien ha comprendido esa gran verdad, como San Pablo, dedicará cada día de su vida a agradecer semejante don. Y así como nos lo enseña el Apóstol de los gentiles, la forma más excelente de servir a quien nos ha amado hasta dar la vida, es continuar su obra. La pregunta correcta entonces sería: ¿cómo puedo servir?

Basta mirar un poco la realidad del mundo actual para confirmar que necesita urgentemente de Dios. A la raíz de casa sufrimiento, de cada injusticia, está el pecado. No basta con sentir compasión del sufrimiento ajeno, tenemos que intervenir para que detenerlo. Sólo Cristo puede vencerlo y somos los cristianos los llamados a darlo a conocer. Es urgente que nos unamos a la labor de la Iglesia, sólo así podremos devolver al mundo la paz que hace tiempo perdió.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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jueves, 2 de febrero de 2012

Anecdotazos - Borrachos en Madrid

En Agosto de 2011 asistí al mayor botellón de mi vida. La borrachera fue de campeonato: Borrachos en el metro, en la calle, el local abarrotado, la Iglesia de la Plaza de Manuel Becerra igual, jóvenes borrachos, mayores borrachos, curas borrachos….¡hasta obispos borrachos! (sí, he dicho curas y obispos, no se me ha ido la olla). Yo también agarré la mayor cogorza de mi vida, e invité a ello a todo el personal de Manuel Becerra, que se unieron sin pensárselo. Fue casi una semana de botellón y aún nos dura la resaca, y espero que no se nos pase nunca. 

No os asustéis… El botellón se llamaba JMJ y la borrachera fue una embriaguez total de Fe.
Toda la esquadra:ecuatorianos, peruanos y la jefa española.

Hola, amigos, soy Mónica, la encargada de Manuel Becerra. Quería hablaros de la experiencia más bonita e intensa en los 18 años que llevo en Café y Té: Fue la semana del 16 al 21 de Agosto en Madrid, la JMJ 2011, un acontecimiento que cada tres años acoge, en un país diferente, a jóvenes peregrinos católicos de todo el mundo, y cuando digo de todo el mundo hablo de los cinco continentes. En Manuel Becerra decidimos dar el “Menú del peregrino”, que consistía en canjear el menú por unos cheques que los chavales previamente habían adquirido en la Diócesis. 

Os prometo que nunca en nuestra vida hemos trabajado tanto y os prometo también que nunca en nuestra vida hemos disfrutado tanto. La noche del 15 nos pilló desprevenidos, porque no esperábamos gente hasta el 16, y con sólo “cinco panes y dos peces” en la nevera, dimos 250 cenas. Al día siguiente, y sin apenas darnos cuenta, dimos 800 comidas, y así los dos días posteriores. La actitud de los peregrinos fue ejemplar, teníais que haber visto con qué cariño, con qué paciencia y con qué respeto esperaban su turno y con qué alegría valoraban y agradecían nuestra comida y nuestra atención. Y ¡cómo colaboraban! ellos mismos recogían sus mesas y se levantaban a tirar los restos a las cajas que teníamos para tal efecto. Hubo un sacerdote venido de Roma, el Padre César, un cura 10, que durante los dos días de mayor afluencia se metió en la barra mañana y noche y ofreció una ayuda impagable. Aunque dimos hasta 800 menús diarios, fue tal la colaboración que apenas se notó.

Aquí junto a Mónica.
Nunca he visto a mi plantilla tan unida y tan comprometida. El hecho de trabajar tanto, pero tan a gusto, hizo que limásemos asperezas y que las astillas que creíamos incrustadas resbalasen por sí solas; todo ha cambiado entre nosotros desde entonces, nos miramos con más cariño, nos respetamos más y nos ayudamos más, porque esos chavales , estos ángeles que pasaron por nuestras vidas y que no olvidaremos jamás nos enseñaron a ello con su comportamiento. Aún mantenemos el contacto con muchos de ellos, yo tengo incluso un medio novio peruano con el chateo todas las noches. 

A los científicos que tanta guerra han dado estos meses con sus teorías del origen del Universo me hubiera gustado verles aquí esos días, para que me contaran cómo llamarían ellos a esa fuerza magnética y arrolladora que hizo que dos millones de jóvenes, muchos adolescentes, apenas niños, se desplazaran desde todo el perímetro terrestre, desde los lugares más recónditos, unidos por un único Espíritu. 

Hicimos muchas fotos, muchas. Algunas, por un dedazo mal dado en el ordenador, se borraron; pero hay una que todos conservaremos para siempre, y que ningún mal click borrará jamás: La que hicimos, en caliente, del alma y el corazón. 

Mónica Núñez Parisi