Queridos Hermanos:
La compasión es uno de los sentimientos ligados al amor, a la caridad. Compasión significa sentir-con, ser capaz de ponerse en el lugar del otro y experimentar sus emociones, sean agradables o dolorosas. Jesucristo se hizo en todo igual a nosotros, menos en el pecado. Comparte todos nuestros sentimientos, menos aquellos pecaminosos. Es lógico que al llegar a la casa de su amigo Pedro y ver a la suegra de éste en cama por la fiebre, sin que nadie tuviera que pedírselo, se acercara a curarla. Tuvo compasión de ella y de toda su familia.
Es importante subrayar como ella luego corresponde al don recibido y enseguida se pone a servir. Busca ser recíproca con quien le ha hecho el bien. Esta es otra señal inequívoca del amor, porque amor con amor se paga. En ésta mujer encontramos un testimonio que seguramente debemos de imitar. Si revisamos lo que nos dice San Pablo en la segunda lectura, confirmamos la idea. Él insiste en su deber de servir y de hacerlo principalmente transmitiendo el Evangelio.
Todos tenemos necesidades, preocupaciones o problemas por los que nos encomendamos a Dios. Esperamos de Él una ayuda, una respuesta que nos permita superar lo que sea que nos hace sufrir. Quizás ante el pasaje de la curación de la suegra de San Pedro nos podríamos inclinar a hacernos la pregunta: ¿por qué a ella sí y a mi no? De seguro tendríamos que pensar bien si es correcto ese cuestionamiento.
Todos hemos sido curados de la más grave de las enfermedades, una que nos condenaba a la muerte eterna. Para curarnos Jesús tuvo que sacrificarse en la Cruz. Quien ha comprendido esa gran verdad, como San Pablo, dedicará cada día de su vida a agradecer semejante don. Y así como nos lo enseña el Apóstol de los gentiles, la forma más excelente de servir a quien nos ha amado hasta dar la vida, es continuar su obra. La pregunta correcta entonces sería: ¿cómo puedo servir?
Basta mirar un poco la realidad del mundo actual para confirmar que necesita urgentemente de Dios. A la raíz de casa sufrimiento, de cada injusticia, está el pecado. No basta con sentir compasión del sufrimiento ajeno, tenemos que intervenir para que detenerlo. Sólo Cristo puede vencerlo y somos los cristianos los llamados a darlo a conocer. Es urgente que nos unamos a la labor de la Iglesia, sólo así podremos devolver al mundo la paz que hace tiempo perdió.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
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