Es extraño constatar que aunque todos nos extasiamos frente a un orquesta que ejecuta una pieza de música clásica, la mayor parte del tiempo nos conformamos con escuchar en la radio el éxito del momento. Sin duda alguna es mucho más elegante un traje que un jeans y sin embargo usamos el traje sólo en ocasiones especiales. Es verdad que a todos nos gusta participar en un banquete y degustar platos extraordinarios, pero no es cosa de todos los días. A diario nos deleitamos con los platos que se cocinan en nuestras casa, simples y criollos, y quedamos más que contentos. Es decir que sabemos valorar aquello que es especial, pero también entendemos que es algo extraordinario. Cotidianamente somos felices con lo ordinario.
Personalmente disfruto mucho de una poesía armoniosa o de un discurso bien construido, pero reconozco que aunque hermosos, no son parte de lo ordinario. A mi me gusta hablar morocho, en suelto, a la criolla, porque es así como hablamos todos los días, es parte de nuestra vida ordinaria.
Y atención que morocho no significa vulgar, sino coloquial, como hablamos dentro de nuestra casa, con la familia, con los amigos. Así creo que todos nos entendemos y aunque las palabras sean las más simples, el mensaje puede ser muy profundo y creo que esa es el objetivo de la buena comunicación. Grandes ideas en pobres palabras.
Insisto en lo dicho al principio, esto no quita que sepa valorar lo bello, lo excelso, lo extraordinario, sino sólo reconocer que en la cotidianidad a veces es más fácil llegar a la mayoría hablando morocho. Quizás sea una buena propuesta ahora que estamos trabajando en la Nueva Evangelización y preparándonos para el Año de la Fe. Grandes verdades, el más grande mensaje, siempre con un lenguaje sencillo y eficaz.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos … ustedes
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