"Que no haya nada en tí que no sea lo que de tí se espera" (San Juan María Vianney)

miércoles, 27 de febrero de 2013

De la tierra al Cielo LXXXVI - ¿Cómo renuncia un padre?

Me impresionó la declaración de una mujer que respondió en una entrevista en la que le preguntaron cómo se sentía con respecto a la renuncia de Benedicto XVI al papado. Ella dijo “Un padre no puede renunciar a ser padre” y créanme que estoy muy de acuerdo con ella.

Un padre siempre es padre, así como un hijo es siempre hijo. Sin embargo las circunstancias cambian. No es lo mismo el trabajo que tiene el padre cuando su hijo es un bebé, que cuando es adolescente o ya una persona adulta. Siempre será su padre, pero ejercerá su paternidad de distinta forma e intensidad. Mientras más tierno el hijo, más cuidados y atención requerirá. A medida que el hijo crece, los cuidados son menores y la enseñanza mayor. El cambio se da en forma natural, puesto que cuando el padre tiene más vigor, la paternidad le exige más trabajo físico, mientras que cuando va creciendo en años y experiencia, su misión es más de maestro y consejero.

Benedicto XVI no renuncia a ser nuestro padre, siempre seremos sus hijos. Ha entregado a la Iglesia todas sus fuerzas, su vigor y sus conocimientos. Se ha desgastado tanto que ya no le quedan fuerzas físicas. Nosotros hemos sido nutridos y hemos crecido a la sombra de su papado. Consciente de las necesidades que tienen sus hijos, decidió cuidarnos de la única manera en que puede seguirlo haciendo: con la oración.

Un padre nunca renuncia a ser padre, pero cambia su modo de ejercer la paternidad que Dios mismo le ha confiado. Toca a los hijos comprenderlo y reconocer todos los méritos de un padre bueno. Hoy agradezco a Dios por el testimonio de humildad de un Apóstol, tan grande como humilde.
Hasta el Cielo.

martes, 19 de febrero de 2013

De la tierra al Cielo LXXXV - Por la plata baila el mono



Hoy escuchaba aquella canción “Don dinero”, que repite la frase “Por la plata baila el mono” y me quedaba pensando que, aunque no es ético obrar pensando que el dinero es la única o la mayor motivación, muchos no conocen otra. Es triste reconocerlo, pero es tan real que no podemos dejar de reconocerlo.

El dinero es necesario, negarlo sería absurdo, sin embargo no podemos conformarnos pensando que trabajamos, estudiamos, realizamos nuestras labores cotidianas, con la sola motivación de recibir una compensación económica. Hay muchas otras motivaciones, mucho más nobles, que nos tendrían que motivar.

En mi juventud (y lo agradeceré toda la vida) se me enseñó que había que servir por amor a Dios, por amor al prójimo, servir sabiendo que la principal recompensa no es la monetaria, sino la felicidad del otro. Trabajar sin fines de lucro no significa que uno no recibe un salario justo por su trabajo, sino que la principal razón para trabajar no es el dinero sino el servir.

Parecería una distinción teórica, que no tiene mayor impacto en la realidad, pero créanme que no es así. Cuando se trabaja sólo por el sueldo, es fácil caer en la tentación del mínimo esfuerzo o en la instrumentalización de las personas. La colaboración con los compañeros es casi nula, porque el ambiente de trabajo es siempre competitivo y el de al lado, lejos de ser un amigo, es un rival. Otra tentación es la apatía, el aburrimiento y como consecuencia, la mediocridad.

Cuando se trabaja para servir, la entrega, la alegría y el mayor esfuerzo vienen naturalmente. La mejor paga es la satisfacción del deber bien cumplido y comprobar que se ha colaborado al bien común. Un mundo mejor se construye a través del trabajo de todos, pero pensar que un empleo es un “mal necesario” sólo para ganar dinero, empobrece y demora la marcha del motor social.

Servir amando, de eso se trata.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
elcuradetodos … ustedes