"Que no haya nada en tí que no sea lo que de tí se espera" (San Juan María Vianney)

jueves, 29 de mayo de 2014

De la tierra al Cielo LXXXIV - El queso ajeno


Es necesario amar lo que se hace, sólo así explotamos el máximo de nuestra capacidad y damos lo mejor de nosotros mismos. Es comprensible que, cuando así sucede, sintamos un sano orgullo por lo obtenido con esfuerzo y a veces incluso mucho sacrificio. De ahí que surja aquel adagio de “Cada quien alaba su queso rancio”.

Y es que sobre gustos no hay nada escrito, y lo que a uno le puede parecer extraordinario (porque es lo suyo) a otro le podría parecer mediocre y no necesariamente porque haya envidia de por medio. El tema es que como no me costó a mi, como no fui yo quien lo hizo, no me parece tan importante o trascendental. Y aunque no provenga de la envidia, el menosprecio de lo ajeno, no deja de ser pernicioso para la convivencia humana.

La clave sería ponernos en el lugar del otro y procurar valorar no sólo la obra en sí, sino el esfuerzo que costó conseguirla. Para ello bastará con dialogar con el autor y descubrir así el trasfondo de la obra. De seguro eso nos permitirá descubrir un valor añadido. Una vez que hemos comprendido los antecedentes, veremos el fruto con otros ojos y podremos saborear mejor el “queso rancio” ajeno, tal como hacemos con el nuestro.


P. César Piechestein
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jueves, 22 de mayo de 2014

Agradecer la ensalada de brócoli


En una familia cristiana es natural que al sentarse a la mesa para comer se haga una oración de bendición, con la cual se da gracias a Dios por los alimentos. Es motivador ver que quienes aprenden más rápido esta devoción son los niños. Pero es verdad también que son muchas veces esos mismos niños los que luego empiezan a hacer remilgos cuando encuentran en el plato cosas que no son de su gusto. Y entonces empieza el combate generacional, pues los padres (como es correcto) exigen a sus retoños que coman todo, que las verduras son importantes, que muchos niños pasan hambre, etc, etc.

Lo que me preocupa no es que los niños caigan en la contradicción de agradecer algo que luego rechazan, sino que ese comportamiento se repita en personas adultas. Nosotros estamos bien educados y sabemos que es norma de buena conducta agradecer los bienes y favores que recibimos, más aún a nuestro mayor benefactor que es Dios. Sin embargo, no es extraño que reneguemos o rechacemos aquello que no va de acuerdo con nuestro gusto (o capricho) y es ahí donde terminamos emulando a los más pequeños.

Vivir es ya un gran don que hay que saber valorar y agradecer, pero la vida no es color de rosa, ni la podemos pintar del color de nuestra preferencia. La vida es como es: hay días claros, días grises y días oscuros, todos son siempre un regalo. Lo único que nunca cambia es el amor de Dios que no nos deja jamás abandonados, aún en las oscuridades más negras. Por eso y aunque no nos “nazca” hemos de agradecer de palabra y de obra, todo lo que Dios en su providencia nos vaya entregando. Eso sí, sin pretender endilgarle a Dios culpas que no tiene, porque todo lo que viene de Él es bueno, así como la ensalada de brócoli que se obliga a comer a los niños.

P. César Piechestein

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