Los tiempos cambian y
lo hacen para bien, aunque algunos se esfuercen en ver sólo lo malo que se
difunde. Sepa usted que el bien también es difusivo y aunque no se le haga
mucha “prensa”, el bien brilla con luz propia. El caso que quiero compartirles
es el de los “divorciados vueltos a casar” a quienes hoy prefiero llamar “separados
en nueva unión”.
Se preguntarán por qué
el cambio, pues fueron ellos mismos los que me corrigieron. Ellos me aclararon
que reconocen que para los católicos el divorcio no existe, por lo tanto son separados,
ya no conviven con su legítimo cónyuge. Además no se han vuelto a casar, porque
siguen casados con su cónyuge y lo que han establecido es una unión, no un
nuevo matrimonio. Así de claro y contundente, y lo más importante es que salió
de ellos mismos.
Así es, porque la
Iglesia Católica sigue siendo tan madre y maestra como siempre. Y cuando hablo
de Iglesia me refiero a todos los bautizados, no sólo a la jerarquía. Porque
los separados en nueva unión también son Iglesia, tienen los mismos deberes y
derechos que cualquier católico y cada vez son más conscientes de ello. Saben
que su situación les impide confesarse y comulgar, pero reconocen que son
responsables de una decisión que tomaron libremente. Incluso tienen un
movimiento apostólico para acompañarse en su crecimiento espiritual: Camino a
Nazareth.
Lo que se puso por
escrito en el Catecismo de la Iglesia y en exhortaciones apostólicas ya se está
haciendo realidad palpable y me siento orgulloso de poder ser parte de este
tiempo de Nueva Evangelización y de misericordia. Nadie tiene porque quedarse
fuera de la Iglesia, que acoge e ilumina a todos y que además nos hace
corresponsables. Cada bautizado tiene una tarea que desempeñar según su
condición y estado, pues de eso depende la fortaleza del Cuerpo Místico de
Cristo, su Esposa la Iglesia.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos… ustedes