"Que no haya nada en tí que no sea lo que de tí se espera" (San Juan María Vianney)

martes, 31 de enero de 2012

Reflexionando el Evangelio: La autoridad del Maestro - IV Domingo del Tiempo Ordinario

Queridos Hermanos:

En el pasaje que nos ofrece San Marcos ya desde el comienzo nos da la pista para comprender el núcleo de la reflexión. Nos dice que la gente se maravillaba de su enseñanza, precisamente porque enseñaba con autoridad.

Es verdad que muchas veces nos quedamos en lo más espectacular y es cierto que llama la atención la parte en que Jesús expulsa el demonio. Sin embargo eso es sólo un signo, una prueba de la autoridad de quien está enseñando. No estamos frente a un gran maestro o un gran orador, es Dios que se ha hecho hombre y que se autorevela. Su palabra es eterna porque es divina.

Nos puede pasar que menospreciamos algo precisamente porque tenemos demasiado de ello, porque nos parece muy común o simplemente porque nos hemos acostumbrado a tenerlo al alcance de la mano. No valoramos, por ejemplo, la electricidad, sino justamente cuando nos toca un corte del servicio.

La palabra de Dios de este domingo habla sobre ella misma, nos recuerda que es Palabra de Dios y que es la única enseñanza que verdaderamente cuenta para la vida futura.

El Papa nos ha invitado a vivir el año de la Fe. San Agustín decía que nadie ama lo que no conoce. Tantos católicos se conforman con lo que aprendieron de doctrina en el catecismo parroquial, algo que no basta. Era lo necesario para esa época de nuestra vida, pero para un adulto no es suficiente. Por eso dentro de la misma invitación, el Papa nos recuerda que debemos de estudiar la doctrina y el libro de texto es el Catecismo de la Iglesia Católica.

Ahora depende de nosotros el poner manos a la obra, o más bien dicho, ojos al catecismo. La enseñanza del Señor está ahí explicada de manera que todos la podamos entender. Ciertamente la Biblia contiene todo el mensaje de Dios, pero el catecismo es lo que nos ayudará a comprender la Biblia sin errores doctrinales. Y como el tiempo vuela, más vale comenzar cuanto antes.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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miércoles, 25 de enero de 2012

Reflexionando el Evangelio: Lo que Él diga - Conversión de San Pablo

Queridos Hermanos:

Cuando hablamos de conversión, lo primero que nos viene a la mente es la idea de alguien que pasó de una vida de pecado a una de gracia. Convertirse, al menos en nuestro contexto, nos hace pensar en el tiempo de adviento o en el de cuaresma, que nos invitan a cambiar, a renovar nuestra fidelidad a Dios, a morir al “hombre viejo”. Sin embargo hoy que celebramos la conversión de San Pablo, no nos referimos a ese tipo de conversión. El fue siempre fiel a Dios y a sus mandamientos, era un óptimo fariseo y fue un extraordinario apóstol.

También se puede usar la palabra conversión cuando queremos afirmar que alguien deja un credo para abrazar otro. Podemos aplicar a San Pablo esta connotación del verbo convertirse, pero creo que no debemos quedarnos sólo con esa idea.

Creo que la conversión de San Pablo, en un sentido un poco más amplio y un poco más profundo tiene que ver sobre todo con su comunicación con Dios. No cabe duda que Saulo era un hombre de Dios. Como discípulo de Gamaliel ya destacaba por su celo y su deseo de servir a Dios. Si perseguía a los cristianos no era por maldad, sino porque estaba convencido de que ponían en peligro la fe judía, la unidad del pueblo de Dios. Estaba haciendo lo que le dictaba su conciencia y lo hacía movido por su profundo amor a Dios. Y lo podemos afirmar porque después de que Jesús se le revela lo único que cambia en Pablo es su manera de servir a Dios. Ya no era cuestión de perseguir el cristianismo sino de propagarlo.

Pablo tiene el mismo celo que Saulo, sirve a Dios con la misma o quizás más profunda entrega. Su conversión es un pasar de hacer lo que él pensaba era la voluntad de Dios, a hacer lo que verdaderamente era la voluntad de Dios.

Creo que muchas veces nos falta lo que a Saulo y a Pablo le sobraba: desear servir a Dios con todo el ser y hacerlo. Muchas veces simplemente es más cómodo convencernos de que ya hacemos lo correcto, que hacemos suficiente. Es fácil construirse la convicción de que se hace la voluntad de Dios, sobre todo cuando nos es más cómodo, nos quita preocupaciones, nos da la seguridad de lo estático.

El testimonio de San Pablo nos tiene que inquietar. No basta con pensar que estamos haciendo la voluntad de Dios, tenemos que estar seguros. Sólo creciendo en la comunión con Cristo podremos descubrir su plan y asumirlo. Ya es hora de reaccionar, de despertar de nuestro cristianismo aletargado. Es Cristo quien nos llama y su llamado no admite rebajas ni acomodos. Hoy podemos también nosotros convertirnos y pasar de hacer lo que pensamos es la voluntad de Dios a hacer lo que Él nos está pidiendo y aún nos resistimos a aceptar.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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domingo, 22 de enero de 2012

Reflexionando el Evangelio: Dejar lo relativo por el Absoluto - III Domingo del Tiempo Ordinario

Queridos Hermanos:

En el Evangelio de hoy recordamos el magnífico momento de la llamada a los cuatro primeros y principales discípulos. Jesús los quiere hacer pescadores de hombres y ellos dejan inmediatamente lo que hacían y van detrás del Maestro. Quizás podríamos quedarnos con la idea de la llamada al sacerdocio, puesto que los apóstoles fueron los primeros sacerdotes de la Iglesia, pero creo que tenemos que ir un poco más allá, porque Jesús no llama a todos al sacerdocio.

En el Evangelio el Señor hace primero una llamada que sí es universal, la llamada a la conversión y por ende, a la santidad. Siendo universal ninguno se puede sentir excluido ni exonerado de responder a ese llamado del Señor. Sin embargo parece una empresa demasiado grande como para no concretarla en algo que nos permita iniciar el camino de nuestra transformación.

Para eso podemos revisar la segunda lectura donde San Pablo nos describe cómo es que debemos vivir. Quien está alegre como si no lo estuviera, quien llora como si no llorara y quien compra como si no poseyera, es decir, relativizando todo lo que no sea absoluto. Y todos sabemos que lo único absoluto es la vida eterna, el único absoluto es Dios.

Los apóstoles lo comprendieron perfectamente, por eso les fue tan fácil abandonar inmediatamente todo y seguir a Jesús. Delante de Cristo y su llamada, todo lo demás pierda importancia, se convierte en algo relativo.

Cuántos disgustos, amarguras y decepciones nos evitaríamos si pusiéramos la tilde de absoluto sólo a Cristo y su llamada. De seguro que nuestra vida en éste mundo sería mucho más ligera y feliz. Ser santo es ser feliz, es tener la certeza del amor del Padre y del perdón del Hijo. Es tiempo de que abandonemos nuestras “redes” y tomemos las de Cristo.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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lunes, 16 de enero de 2012

Reflexionando el Evangelio: Deseosos de servir - II Domingo del Tiempo Ordinario

Queridos Hermanos:

Creo que todos tenemos muy claro que nuestra razón de ser es hacer la voluntad de Dios y que de nuestra participación en el plan de Dios depende nuestra felicidad y la de muchos otros. Pero ¿qué se necesita para poder descubrir la voluntad de Dios? Este domingo la liturgia nos ofrece varios ejemplos.

En la primera lectura nos encontramos con Samuel. Desde niño vivió como discípulo de Eli y procuraba servir en el Templo según se le enseñaba. Cumpliendo con lo que su maestro le indicaba se preparó para hacer la voluntad de Dios hasta que el Señor lo llamó y le reveló su misión.

En la segunda lectura nos topamos con el Apóstol de los gentiles. Recordamos que Saulo perseguía a los cristianos y no lo hacía por maldad, sino que estaba convencido de cumplir la voluntad de Dios al detener a quienes estaban amenazando la unidad de la religión judía. Cuando Jesús se le aparece y le hace ver su error, Pablo se arrepiente y endereza su camino, porque desde el principio lo que él quería era servir a Dios haciendo su voluntad.

En el Evangelio nos encontramos con Juan y Andrés que, deseosos de encontrar al Mesías prometido, se habían hecho discípulos de quien lo anunciaba, Juan el Bautista. Cuando él les indicó al Cordero, abandonaron a su primer maestro y fueron tras el Salvador, porque querían ser parte del cumplimiento de la promesa de Dios. Andrés se lo comunica a su hermano Simón, quien enseguida va a conocer a Jesús y se convierte en su discípulo Pedro.

Como podemos ver, en todos los casos, se repite el mismo deseo de hacer la voluntad de Dios. Hasta San Pablo que al principio había equivocado la forma, lo único que quería era servir a Dios. Es fácil entonces concluir que lo único necesario para descubrir el plan de Dios en nuestra vida es querer servirlo, querer hacer su voluntad. Dios espera nuestra colaboración, nos ha confiado una parte en su plan salvífico, pero hemos de querer participar, es nuestra decisión.

Ojalá nuestro espíritu pueda renovar cada día esa determinación que guió la vida de los apóstoles, de los santos, de todos los que a lo largo de la historia han cumplido con su misión, con la que Dios les había asignado. Sólo así podremos revolucionar el mundo construyendo el Reino de los Cielos hoy.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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jueves, 12 de enero de 2012

Sin Pelos en la Lengua - No somos solamente humanos

Leyendo el libro de Samuel siempre me llama la atención la figura de su madre, Ana. Su historia es la de muchas mujeres que sufren profundamente su imposibilidad de tener hijos. Ella, humillada y sin tener a quien más recurrir, se abandona en las manos de Dios y le promete que si le concede un hijo se lo consagrará a Él para que lo sirva. Y el Señor le concede su pedido, regalándole un hijo varón, que fue seguramente su alegría y consuelo.

Hasta ahí Ana nos resulta una mujer normal, mujer de fe, pero normal. Lo que sorprende viene después. Una vez que da a luz ella regresa a Siló y allí comienza la crianza del niño, hasta destetarlo. Luego entrega su hijo al sacerdote Elí, como había prometido, y vuelve a su casa (Samuel 1, 24-28). Parece algo humanamente imposible.

Y es que no es lo usual que una mujer que había deseado tanto un hijo, luego de tenerlo decida entregarlo. No parece natural, en su caso otra mujer se habría quedado con la criatura y habría justificado el hecho diciendo que si Dios se lo había dado, significaba que se lo tenía que quedar. A lo mejor ofrecía algún sacrificio o una buena ofrenda al templo, pero de entregar el hijo ni hablar. Y sería muy probable que si alguien le llegase a recriminar el no haber cumplido su voto, la respuesta sería: somos humanos.

Es nuestra universal disculpa. Cada vez que tenemos la oportunidad de superarnos, de ir más allá de los límites que nosotros mismos nos hemos impuesto, aparece la justificación de nuestra naturaleza humana. Si, es verdad, somos humanos, pero eso no significa que seamos ajenos al heroísmo ni a la santidad.

Creo que Ana nos deja muy claro su testimonio y gracias a su compromiso colaboró eficazmente en el plan salvífico de Dios. Samuel fue elegido por Dios y lo sirvió con fidelidad, respondiendo también heroicamente a su misión. Digno hijo de su madre.

La próxima vez que nos venga la tentación de auto-justificarnos con el recuerdo de que somos humanos, pensemos que también somos hijos de Dios, discípulos del Crucificado. Recordemos a tantos santos y mártires de la Iglesia, recordemos que hemos recibido los mismos sacramentos que ellos recibieron, la misma gracia. Si ellos pudieron, también nosotros. Porque no somos solamente humanos, hay también en nosotros algo de divino pues el Espíritu de Dios habita en cada cristiano.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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martes, 10 de enero de 2012

De la tierra al Cielo LXV - La "santa indiferencia"

Cada año el agricultor repite el ciclo de su trabajo. Preparar la tierra, sembrar, cultivar y al final, cosechar. Aunque tiene dominio sobre su labor, no lo tiene sobre el clima, del cual depende el fruto. Si ese año habrá buen tiempo, su esfuerzo se verá recompensado con una abundante cosecha, mientras que si es al revés, probablemente todo su sudor no obtendrá nada. 

Pero a pesar de esa incertidumbre el agricultor siembra cada año con la misma ilusión. Si el anterior fue bueno y el fruto abundante, seguro que tendrá en su rostro la sonrisa de la satisfacción. Si, en cambio las cosas le fueron contrarias, sembrará con la esperanza de que ésta vez la semilla que deposita no se quedará sin fruto. Es cuestión de no detenerse después del éxito, ni dejarse vencer por el fracaso. Ninguna de las dos opciones debe detener la marcha, ni alejarnos del cumplimiento de nuestra misión. A eso lo llamamos “santa indiferencia”.

No tiene nada que ver con la otra indiferencia, esa que es hermana del desinterés y la pasividad. No se trata de que no nos preocupemos por el otro y que nos quedemos impávidos ante el sufrimiento ajeno. Significa que ni lo bueno, ni lo malo que pueda pasar nos detendrá. Nada hará la diferencia. 

Quien adquiere ésta virtud es alguien en quien se puede confiar, que no cambia, que es estable. Que delante a un acierto, a los aplausos, al reconocimiento, no se engrandece. Que cuando experimenta el fracaso o ve la empresa por la que se desvivió caerse a pedazos y tiene que volver a empezar, lo hace con la misma energía y esperanza con que lo hizo la primera vez, o hasta más, puesto que ahora habrá adquirido más conocimientos y experiencia.

El sembrador sabe que su misión es sembrar, cada año con el mismo tesón. Será Dios quien disponga las características de la cosecha, que al final es siempre para Él. Sigamos sembrando entonces, no con la ilusión de cosechar, sino por amor a quien nos ha dado la vida y nos ha enseñado que lo que realmente cuenta no es el resultado sino el servir.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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domingo, 8 de enero de 2012

Reflexionando el Evangelio: Corresponsables - Bautismo del Señor

Queridos Hermanos:

Todos reconocemos a la familia como la base de la sociedad, como la iglesia doméstica, como el punto de partida para cada uno de nosotros. Hoy Dios se nos muestra también como familia y nos recuerda que a partir del amor y de la unidad de la familia es que construimos su Reino.

En el hogar de Santa Isabel y Zacarías se educó a Juan Bautista. Él tenía muy clara la misión que Dios le había encomendado. En el hogar de San José y Santa María creció y se educó Jesús, quien siempre hizo la voluntad del Padre. Porque es en casa que a través de la vivencia familiar, de la experiencia del ser parte de un todo, de aprender a ser corresponsables, que cada cristiano comprende que no hemos venido a ser servidos sino a servir.

La Iglesia es la familia de los hijos de Dios. Hoy que hemos recordado, junto al Bautismo del Señor, nuestro propio bautismo, hemos de reconocer que somos parte de éste gran familia. Y así como en el hogar cada uno tiene un rol que desenvolver, en la comunidad cristiana cada miembro es esencial para el buen funcionamiento del Cuerpo Místico.

Ya el beato Juan Pablo II hablaba de una primavera de la Iglesia y es verdad que palpamos un fortalecimiento y un crecimiento de muchas iglesias jóvenes. Sin embargo es también doloroso ver que en muchos lugares la escasez de compromiso de muchos hermanos demora el anuncio del Evangelio. Si en cada familia cristiana se enseñara a ser responsables, también la familia parroquial vería más frutos. Sólo en las comunidades donde cada uno procura responder a la llamada de Dios se vive el auténtico compromiso cristiano.

Recordar nuestro bautismo es recordar nuestra misión en la Iglesia, nuestra responsabilidad. Cada uno de acuerdo con su vocación debe hacer su aporte para que la obra de Cristo llegue a toda la humanidad, nadie puede sentirse exonerado. Cada alma cuenta ya que por todos se sacrificó Jesucristo.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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Reflexionando el Evangelio: La fe de Melchor, Gaspar y Baltasar - Solemnidad de la Epifanía del Señor

Queridos Hermanos:

La fe nos permite ver más allá de lo exterior, de lo evidente. Una persona que tiene fe es capaz de descubrir detalles invisibles para quien carece de ella. Los Reyes Magos nos dan un testimonio importantísimo de fe, sobre todo porque viene de quienes no pertenecieron ni al pueblo judío, ni al cristiano. Es la fe de los gentiles.

Para afirmar esto basta con detenerse a reflexionar sobre la llegada de los Magos al Portal. Ellos habían emprendido un largo viaje respondiendo al mensaje de las estrellas. Un mensaje que anunciaba el nacimiento de un rey extraordinario, tanto que debían de ir a conocerlo, a adorarlo y ofrecerle presentes. Ya tiene que haber sido sorprendente para ellos que los primeros destinatarios de tan gran don no lo estuvieran esperando. Sin embargo en la corte de Herodes pudieron conocer que no habían equivocado el camino y que los profetas también anunciaban el nacimiento del Rey de reyes. Aún así seguro que al ver que la estrella que seguían no se posaba sobre una castillo, sino sobre una gruta; que los padres de aquel Rey no eran grandes nobles, sino una muchacha sencilla y un carpintero; que aquel bebé no estaba en una cuna de oro, sino en el comedero del ganado, podrían haber tenido muchas dudas. Sin embargo su fe era total e incondicional y al ver aquel Niño reconocieron al enviado de Dios, a aquel que habían estado buscando y lo adoraron.

La semana pasada me topé con un Nacimiento singular. Lo presidía un gran crucifijo, con Jesús, su corona y sus clavos. Debajo de aquella Cruz una gran hostia partida e inmediatamente debajo de ella el Pesebre con el Niño Dios. Sor María Gladis supo conjugar en aquel Nacimiento el fundamento de nuestra fe. Cristo es el mismo en Belén, en el Calvario y en cada Misa, basta reconocerlo con los ojos de la fe. Dios se nos ha manifestado en manera contundente y sigue presente entre nosotros en la Eucaristía, basta saberlo reconocer y no pedir más signos ni señales.

Los Reyes Magos nos dejan su testimonio y nosotros nos comprometemos a imitarlos. Epifanía significa “manifestación divina” y Dios se nos manifiesta todos los días. Con su ayuda y nuestra buena disposición podremos descubrirlo así como lo descubrieron Melchor, Gaspar y Baltasar.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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lunes, 2 de enero de 2012

Reflexionando el Evangelio: Nuestra prioridad es la Salvación - Solemnidad de Santa María Madre de Dios

Queridos Hermanos:

En la imagen que les comparto hoy vemos a María en adoración frente al Niño Dios. Y es que ella era consciente de que su Hijo, el bebito que había concebido, era Dios hecho hombre, el Mesías esperado de los tiempos, el Salvador del mundo. Ese mismo Dios al que ella siempre había rezado, ahora estaba entre sus brazos para ser alimentado, cobijado y acunado por ella. 

Sabemos por la tradición que la Virgen María frecuentaba el Templo desde muy niña. Ella como buena judía esperaba que se cumpliera la promesa de Dios, que naciera el Mesías, el Salvador del mundo. Tenía clara la necesidad de esa salvación espiritual. Cuando el Ángel Gabriel la visita, ella acepta humilde la misión de ser la Madre del Salvador, colaborando así directamente como Corredentora en la Salvación del género humano. Después que su Hijo ascendió a los Cielos siguió pendiente de que esa Salvación llegase a todos y mantuvo unido al colegio de los Apóstoles. Lo sabemos puesto que era presente en el Cenáculo el día de Pentecostés. Confirmamos de ésta manera que para ella la prioridad fue siempre la misma, antes, durante y después de Cristo: la Salvación.

María nunca olvidó que lo único que realmente cuenta en ésta vida es alcanzar la salvación de nuestra alma. Es un proceso que inicia con el Bautismo y que está muy lejos de ser individual, puesto que siendo parte integrante del Cuerpo Místico de Cristo, es un camino que hacemos en comunidad. María sabía que el Niño había nacido para salvar a todo el pueblo de Dios, del cual ella formaba parte.

Nosotros hemos de revisar si nuestra salvación y la de nuestros hermanos es nuestra prioridad. Es fácil anteponer a ella un sinnúmero de buenas cosas: el cónyuge, los hijos, el estudio, el trabajo, la obra social, etc. Todo eso es bueno e importante y nos ayudará a llegar a la meta siempre y cuando no tome el lugar que corresponde a ella, es decir la vida eterna. No podemos confundir los medios con el fin.

Ahora que iniciamos un nuevo año civil tenemos la oportunidad de poner un poco de orden, si es el caso, en nuestra prioridad de vida. Basta con seguir el ejemplo de María Madre de Dios y Madre de la Iglesia. Que así como ella no nos distraigamos nunca del único objetivo verdaderamente importante. Seguro que a ella le agradará porque por nuestra Salvación se sacrificó su Hijo.
Hasta el Cielo.

P. Cèsar Piechestein
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