Queridos Hermanos:
En el Evangelio de hoy recordamos el magnífico momento de la llamada a los cuatro primeros y principales discípulos. Jesús los quiere hacer pescadores de hombres y ellos dejan inmediatamente lo que hacían y van detrás del Maestro. Quizás podríamos quedarnos con la idea de la llamada al sacerdocio, puesto que los apóstoles fueron los primeros sacerdotes de la Iglesia, pero creo que tenemos que ir un poco más allá, porque Jesús no llama a todos al sacerdocio.
En el Evangelio el Señor hace primero una llamada que sí es universal, la llamada a la conversión y por ende, a la santidad. Siendo universal ninguno se puede sentir excluido ni exonerado de responder a ese llamado del Señor. Sin embargo parece una empresa demasiado grande como para no concretarla en algo que nos permita iniciar el camino de nuestra transformación.
Para eso podemos revisar la segunda lectura donde San Pablo nos describe cómo es que debemos vivir. Quien está alegre como si no lo estuviera, quien llora como si no llorara y quien compra como si no poseyera, es decir, relativizando todo lo que no sea absoluto. Y todos sabemos que lo único absoluto es la vida eterna, el único absoluto es Dios.
Los apóstoles lo comprendieron perfectamente, por eso les fue tan fácil abandonar inmediatamente todo y seguir a Jesús. Delante de Cristo y su llamada, todo lo demás pierda importancia, se convierte en algo relativo.
Cuántos disgustos, amarguras y decepciones nos evitaríamos si pusiéramos la tilde de absoluto sólo a Cristo y su llamada. De seguro que nuestra vida en éste mundo sería mucho más ligera y feliz. Ser santo es ser feliz, es tener la certeza del amor del Padre y del perdón del Hijo. Es tiempo de que abandonemos nuestras “redes” y tomemos las de Cristo.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
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