Queridos Hermanos:
Cuando hablamos de conversión, lo primero que nos viene a la mente es la idea de alguien que pasó de una vida de pecado a una de gracia. Convertirse, al menos en nuestro contexto, nos hace pensar en el tiempo de adviento o en el de cuaresma, que nos invitan a cambiar, a renovar nuestra fidelidad a Dios, a morir al “hombre viejo”. Sin embargo hoy que celebramos la conversión de San Pablo, no nos referimos a ese tipo de conversión. El fue siempre fiel a Dios y a sus mandamientos, era un óptimo fariseo y fue un extraordinario apóstol.
También se puede usar la palabra conversión cuando queremos afirmar que alguien deja un credo para abrazar otro. Podemos aplicar a San Pablo esta connotación del verbo convertirse, pero creo que no debemos quedarnos sólo con esa idea.
Creo que la conversión de San Pablo, en un sentido un poco más amplio y un poco más profundo tiene que ver sobre todo con su comunicación con Dios. No cabe duda que Saulo era un hombre de Dios. Como discípulo de Gamaliel ya destacaba por su celo y su deseo de servir a Dios. Si perseguía a los cristianos no era por maldad, sino porque estaba convencido de que ponían en peligro la fe judía, la unidad del pueblo de Dios. Estaba haciendo lo que le dictaba su conciencia y lo hacía movido por su profundo amor a Dios. Y lo podemos afirmar porque después de que Jesús se le revela lo único que cambia en Pablo es su manera de servir a Dios. Ya no era cuestión de perseguir el cristianismo sino de propagarlo.
Pablo tiene el mismo celo que Saulo, sirve a Dios con la misma o quizás más profunda entrega. Su conversión es un pasar de hacer lo que él pensaba era la voluntad de Dios, a hacer lo que verdaderamente era la voluntad de Dios.
Creo que muchas veces nos falta lo que a Saulo y a Pablo le sobraba: desear servir a Dios con todo el ser y hacerlo. Muchas veces simplemente es más cómodo convencernos de que ya hacemos lo correcto, que hacemos suficiente. Es fácil construirse la convicción de que se hace la voluntad de Dios, sobre todo cuando nos es más cómodo, nos quita preocupaciones, nos da la seguridad de lo estático.
El testimonio de San Pablo nos tiene que inquietar. No basta con pensar que estamos haciendo la voluntad de Dios, tenemos que estar seguros. Sólo creciendo en la comunión con Cristo podremos descubrir su plan y asumirlo. Ya es hora de reaccionar, de despertar de nuestro cristianismo aletargado. Es Cristo quien nos llama y su llamado no admite rebajas ni acomodos. Hoy podemos también nosotros convertirnos y pasar de hacer lo que pensamos es la voluntad de Dios a hacer lo que Él nos está pidiendo y aún nos resistimos a aceptar.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
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