"Que no haya nada en tí que no sea lo que de tí se espera" (San Juan María Vianney)

sábado, 27 de abril de 2013

De la tierra al Cielo LXXXVII - Vivir en la lucha



A veces pareciera que nuestra vida cotidiana fuese una carrera por alcanzar el bienestar, la paz o algo parecido. Es como si quisiéramos tener quietud y reposo, y para ello necesariamente tuviésemos que enfrascarnos en un trajín que al final se vuelve constante, impidiéndonos alcanzar esa calma deseada. Den ahí que muchos terminen afirmando que vivir es una lucha.


Cuando tengo que plantearme o replantearme una acción, procuro buscar el por qué de ella, su razón de ser, lo que me motiva a realizarla. Considero que es imprescindible que cada uno de mis actos esté respondiendo a una motivación, de la cual quiero ser consciente. Tenga usted en cuenta que siempre una acción obedece a un motivo, estemos o no conscientes de ello. Yo prefiero estar consciente.

De todos los motivos y razones, sin duda alguna, el mayor y más noble es el amor. Precisamente porque el amor nos hace pensar primero en los demás que en nosotros mismos, es garantía de que la acción será desinteresada y, casi siempre, positiva (nótese que digo “casi siempre” y no “siempre”). Y siendo una acción que lo que busca es el bien del otro, del ser amado, siempre requiere esfuerzo, sacrificio, renuncias, etc., cosas que, para quien no ama, son como malas palabras. En fin, sin haces lo que haces por amor, tendrás que darlo todo, que luchar sin desmayar, todos los días de tú vida.

Ahora bien, si la vida es una lucha como todo mundo afirma, no será mejor luchar por amor que por otros motivos. Creo que todos estamos de acuerdo en que el amor es la fuerza más grande, tanto que Dios mismo es amor. Si usted está convencido de que en esta vida hay que luchar a diario, procure que su motivación valga la pena. Total ya tendremos tiempo para descansar en paz luego de nuestra muerte, porque quien vive luchando por amor al final será recompensado con una morada en la casa del Padre Celestial.

Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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