Las motivaciones a la hora de tomar decisiones
son siempre esenciales. No basta con hacer lo correcto, es necesario hacerlo
por las razones correctas. Uno de los pasos más importantes que hay que dar en
la vida, es entregarse, comprometerse en la misión o vocación a la que Dios
llama a cada quien.
Siempre que se vea desde la perspectiva
cristiana, la vocación se asume para servir, porque servir es la concreción del
amor y sobre el amor gira todo el universo. Sin embargo la motivación a la hora
de dar el gran paso, no siempre es esa.
En mis años de sacerdocio me ha tocado
entrevistar a muchos novios y comprobar la triste realidad: muchos tienen una
visión egoísta del matrimonio. Hay quienes se casan pensando que el cónyuge es
un medio para alcanzar algo más. Me caso porque quiero un compañero, me caso
porque quiero ser feliz, me caso porque quiero tener hijos, me caso porque
quiero una vida más estable, etc. La gran verdad es que el cónyuge no es un
medio, sino un fin en sí mismo.
Al comprometernos con otra persona (el criterio
vale tanto para el matrimonio, para el sacerdocio, la vida consagrada y
cualquier otra relación humana noble) el fin es la otra persona. Mi objetivo es
hacer feliz al otro, no usarlo como medio para obtener mi felicidad o alcanzar
mis sueños. Si usted se va a casar o ya se casó, revise con cuidado su
motivación.
El amor nos hace salir de nosotros mismos,
dejar de ver nuestros intereses y proyectos, para poder ver los del otro y
llegar incluso a plantearnos toda una ruta distinta, que ya no será ni de uno ni
de otro, sino de ambos. Amar es pasar del “yo” al “nosotros”.
Ojalá, antes de dar el gran paso, revisemos
bien lo que llevamos dentro y procuremos mirar a los demás no como medios para
alcanzar nuestros planes, sino como fin de nuestra vida.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
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