"Que no haya nada en tí que no sea lo que de tí se espera" (San Juan María Vianney)

sábado, 26 de octubre de 2013

Una oportunidad imperdible:

Retiro Espiritual Eucarístico
3 horas dialogando con Jesús 


Domingo 3 de noviembre de 14h00 a 17h30
Capilla del Hogar San José 
(avda. Plaza Dañín, diagonal al Policentro)

Entrada libre, llevar Biblia.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Pura pantalla - Sin Pelos en la Lengua


Recuerdo que cuando era joven (no hace demasiado tiempo, por supuesto), cuando queríamos referirnos a alguien que vivía de las apariencias, lo llamábamos “pura pantalla” o decíamos que quería “apantallar”. Creo que hoy la misma expresión se puede utilizar perfectamente para definir la situación en la que vivimos los habitantes del ciberespacio: somos pura pantalla.

Hoy en día es muy fácil, yo diría casi cotidiano, encontrarse con gente que no puede pasar diez minutos sin mirar una pantalla. Ya no se trata sólo de la televisión, apodada por algunos como la “cajita que idiotiza”, sino la pantalla de la computadora, del celular, de la valla publicitaria, etc. Por todas partes y por distintas razones estamos rodeados de pantallas, y ya el efecto más grave no es la pérdida de la imaginación o del tiempo, sino la afectación de nuestras relaciones afectivas.

Hoy me llamaron la atención porque mientras estaba en una reunión no pude impedir que mi atención se fuera detrás de los mensajes que me llegaban al celular y como para rematar, en un descuido de mi interlocutor, paseé mis ojos por mi cuenta de twitter. Y resulta que no soy ni un adolescente, ni tampoco un adicto a internet.

Así como vamos, tendremos que incluir las pantallas como parte del ayuno cuaresmal, con el único objetivo de recordar que hemos de amar al prójimo de carne y hueso. Varias veces nos ha invitado el Papa a vivir la espiritualidad del encuentro, a mirarnos a los ojos. Seguro que si lo meditamos un poquito comprobaremos que los momentos memorables de nuestra vida los hemos vivido en vivo y en directo y no a través de una pantalla.

Hasta el Cielo, donde lo veremos todo en HD.

P. César Piechestein

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miércoles, 18 de septiembre de 2013

El cónyuge no es un medio - Sin Pelos en la Lengua



Las motivaciones a la hora de tomar decisiones son siempre esenciales. No basta con hacer lo correcto, es necesario hacerlo por las razones correctas. Uno de los pasos más importantes que hay que dar en la vida, es entregarse, comprometerse en la misión o vocación a la que Dios llama a cada quien.

Siempre que se vea desde la perspectiva cristiana, la vocación se asume para servir, porque servir es la concreción del amor y sobre el amor gira todo el universo. Sin embargo la motivación a la hora de dar el gran paso, no siempre es esa.


En mis años de sacerdocio me ha tocado entrevistar a muchos novios y comprobar la triste realidad: muchos tienen una visión egoísta del matrimonio. Hay quienes se casan pensando que el cónyuge es un medio para alcanzar algo más. Me caso porque quiero un compañero, me caso porque quiero ser feliz, me caso porque quiero tener hijos, me caso porque quiero una vida más estable, etc. La gran verdad es que el cónyuge no es un medio, sino un fin en sí mismo.

Al comprometernos con otra persona (el criterio vale tanto para el matrimonio, para el sacerdocio, la vida consagrada y cualquier otra relación humana noble) el fin es la otra persona. Mi objetivo es hacer feliz al otro, no usarlo como medio para obtener mi felicidad o alcanzar mis sueños. Si usted se va a casar o ya se casó, revise con cuidado su motivación.

El amor nos hace salir de nosotros mismos, dejar de ver nuestros intereses y proyectos, para poder ver los del otro y llegar incluso a plantearnos toda una ruta distinta, que ya no será ni de uno ni de otro, sino de ambos. Amar es pasar del “yo” al “nosotros”.

Ojalá, antes de dar el gran paso, revisemos bien lo que llevamos dentro y procuremos mirar a los demás no como medios para alcanzar nuestros planes, sino como fin de nuestra vida.

Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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miércoles, 14 de agosto de 2013

De la tierra al Cielo LXXXXI - Ni vegetes, ni vejetes



Cada ser tiene un objetivo en la vida. Dice la Palabra que, la piedra con ser la piedra guarda en su interior una chispa y puede, por lo tanto, chocando con otra piedra, iniciar el fuego. Las plantas, aunque las veamos muy quietitas en su puesto, producen hojas, producen frutos y nos regalan con sombra y además nos purifican el aire. Y aunque alguien pueda decir que están sólo vegetando, en realidad hacen y mucho.



Nuestros abuelos son siempre un tesoro, nos lo ha recordado recientemente el Papa Francisco. Me gusta como les llaman en algunos países: ciudadanos de oro. Aunque es verdad que sus movimientos y reflejos ya no son los mismos de antes, sus mentes son más ricas que nunca. Tienen mucho más que dar que algunos jóvenes, a quienes aún con pocos años, ya les podríamos llamar vejetes.

Por eso hoy dirijo mi reflexión a ellos, a los jóvenes del tercer milenio. Esa nueva generación digital, llena de oportunidades y bien globalizada. Muchachos: no vegeten ni sean vejetes. Basta de pasarse horas y horas como planta en maceta, porque no les van a salir raíces ni hojas y no es de esa forma que los humanos producimos frutos. No se desanimen ni depriman por las dificultades, no es algo que sólo les haya tocado a ustedes. Repasen un poco la historia y verán que en todas las épocas han existido luchas que pelear y obstáculos que vencer. No se crucen de brazos a lamentarse, no se pongan a renegar como vejetes y aprendan de los ancianos, que aún con el peso de los años a cuestas, siguen caminando.

Juventud, divino tesoro, don de Dios que dura poco y que se nos brinda para servir. Que esas fuerzas de que hoy gozan no se desperdicien en un sofá. ¡Arriba ese ánimo y a desgastarse por Cristo!

Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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lunes, 12 de agosto de 2013

Destruir a Dios - Sin Pelos en la Lengua



Varias han sido las ideologías (siempre con tendencia de izquierda) que han querido destruir la relación del pueblo al que afirmaban servir, con Dios. Han hecho de todo, desde destruir templos hasta masacrar ministros y fieles. El odio a la religión y su deseo desmedido de poder, les ha llevado a caer en la más antigua de las tentaciones: “querer ser como dioses”. Recordemos que fue en con ese deseo que cayó Lucifer y así tentó también a nuestros primeros padres.


Nuestro querido Ecuador, país al que solía reconocerse como un oasis de paz, vive desde hace varios años en medio de una persecución constante a todo lo que tenga que ver con espiritualidad. Al parecer existen líderes convencidos de que los seres humanos carecemos de alma. Los frentes de ataque, en mi opinión, son dos: destruir la convivencia y destruir la religión. Cuando se trata de “hablar serio” lo que se promueve es la promiscuidad y cuando se quiere “igualar” el matrimonio, lo que se busca es destruir la familia. Lo que no saben los promotores de semejante desatino, es que muchos antes que ellos intentaron lo mismo y fracasaron.

Me quisiera remitir a dos grandes ejemplos: Rusia y México. En ambos países lucharon por décadas para destruir la fe y como siempre, la fe salió avante y más fortalecida. Quizás esos que quitan imágenes de los hospitales o transforman capillas en dormitorios, deberían estudiar un poco de historia universal. Lo mismo tendría que decir a quienes derrumban las capillas de los centros de privación de la libertad (como les llaman ahora) o quienes impiden la evangelización de los que ahí residen.

No puedo sino sentir una gran compasión por aquellos enfermos que ahora no tendrán donde suplicar por su salud o dar gracias por su recuperación. Me preocupan los presos que pasarán sus años de reclusión sin poder participar de la Santa Misa, sin confesarse o comulgar, sin la ayuda espiritual que les ayude a transformar sus vidas. Lo que puedo asegurarles es que oraremos para que esta ola de odio a la religión pase tan rápido como surgió, porque las ideologías pasan, pero Cristo no pasará.

P. César Piechestein
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miércoles, 24 de julio de 2013

De la tierra al Cielo LXXXX - Discípulo: ni alumno, ni oficial




Cuando Jesús se refería a quienes le acompañaban, les llamaba discípulos. Dijo que así como se persigue al Maestro sería perseguido el discípulo, porque “el discípulo no es más que su maestro”. También “quien quiera ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” o “quien pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás no merece ser mi discípulo”, todas frases que nos va dando el perfil de quien es llamado por Jesucristo a estar con Él.


Sin embargo muchos no tienen claro el concepto, no reconocen bien las características del discípulo y tienden a confundirse. Cuando hablamos de maestros solemos hacer tres distinciones: el maestro docente, el maestro de un oficio y el Maestro Jesús. Mientras el maestro docente tiene alumnos, el maestro en un oficio tiene oficiales. Jesús tiene discípulos.

Si un cristiano mira a Jesús como maestro docente procurará aprender la doctrina del Señor, todos los conceptos y definiciones. Mirará los Evangelios como libros de texto que deben ser leídos, aprendidos, como se estudian los libros de historia. Si, en cambio, mira a Jesús como un maestro de oficio, procurará hacer lo que Jesús manda: obras de piedad, ayuda al prójimo, enseñanza a los más jóvenes, servicios comunitarios y eclesiales. Es decir, será un actor protagónico en todo lo que signifique hacer el bien, un altruista, un bienhechor.

Pero ninguna de las dos posturas es completa, en ningún caso cumplen con las características del auténtico discípulo. Amar a Jesús es querer ser como Él. El discipulado es un recorrido que nos lleva a imitar al Maestro: aprender su doctrina, colaborar con su misión, pero sobre todo encarnar su estilo de vida. 

El discípulo procura pensar y actuar como su Maestro, pero sobre todo amar como Él. La Biblia afirma que debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. El Maestro nos ordenó: “ámense los unos a los otros como yo los he amado”; “aprendan de mi que soy manso y humilde de corazón”. Ser discípulo es mucho más que ser un buen alumno o un excelente oficial, es ser otro Cristo.

Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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martes, 4 de junio de 2013

De la tierra al Cielo LXXXIX - Dejar ir



Nada es tan fuerte como el amor, nada se le puede igualar. Además se afirma que es como un océano sin orillas, no tiene límites. No es extraño que combine bien con algunos sentimientos, que no siempre parecerían tan afines. Entre ellos uno que suele apreciarse frecuentemente a su lado es el deseo de posesión.
Nos enseñaron en filosofía que el amor mueve a la voluntad hacia un bien. El amor, de hecho, es el deseo de poseer ese bien. Quien ama a Dios lo que en el fondo quiere es poseerlo, estar en comunión con Él, unirse a Él.

Sin embargo muchas veces eso se confunde con adueñarse. A nivel material, lo mismo es poseer que ser dueño. Con se trata de amor, son dos cosas distintas. Puedes adueñarte de las cosas, pero de las personas jamás. Y, lamentablemente, muchos no han logrado entender esa diferencia.

Me gusta esa frase de los enamorados “Si amas a alguien, déjalo ir. Si vuelve a ti es que siempre fue tuyo y sino, es que nunca lo fue”. Es un poco cursi, pero la idea es correcta. Lo que habría que asegurar es que, aunque vuelva, no te pertenece, no te puedes adueñar de nadie.

Creo que el momento en que más claro comprendemos esta verdad es cuando mueren las personas que amamos y que nos han amado. Tenemos que dejarlas ir, aunque quisiéramos que estuvieran siempre a nuestra disposición. Le pertenecemos a Dios, sólo Él ama en plenitud y sabe lo que es mejor para cada uno. La muerte llega cuando debe llegar y sólo quien debe morir está preparado para ello. A los demás nos cuesta dejar ir, vernos privados de la presencia de las personas que amamos será siempre doloroso.

Amemos siempre, dejemos que crezca en nosotros esa virtud que nos hace buscar poseer el bien, estar cerca de quienes llenan nuestros afectos y nos sostienen con su presencia. Todo sin olvidar que no seremos jamás dueños de nadie, porque todo ya tiene un dueño, al que tú y yo pertenecemos.

Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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