"Que no haya nada en tí que no sea lo que de tí se espera" (San Juan María Vianney)

jueves, 12 de enero de 2012

Sin Pelos en la Lengua - No somos solamente humanos

Leyendo el libro de Samuel siempre me llama la atención la figura de su madre, Ana. Su historia es la de muchas mujeres que sufren profundamente su imposibilidad de tener hijos. Ella, humillada y sin tener a quien más recurrir, se abandona en las manos de Dios y le promete que si le concede un hijo se lo consagrará a Él para que lo sirva. Y el Señor le concede su pedido, regalándole un hijo varón, que fue seguramente su alegría y consuelo.

Hasta ahí Ana nos resulta una mujer normal, mujer de fe, pero normal. Lo que sorprende viene después. Una vez que da a luz ella regresa a Siló y allí comienza la crianza del niño, hasta destetarlo. Luego entrega su hijo al sacerdote Elí, como había prometido, y vuelve a su casa (Samuel 1, 24-28). Parece algo humanamente imposible.

Y es que no es lo usual que una mujer que había deseado tanto un hijo, luego de tenerlo decida entregarlo. No parece natural, en su caso otra mujer se habría quedado con la criatura y habría justificado el hecho diciendo que si Dios se lo había dado, significaba que se lo tenía que quedar. A lo mejor ofrecía algún sacrificio o una buena ofrenda al templo, pero de entregar el hijo ni hablar. Y sería muy probable que si alguien le llegase a recriminar el no haber cumplido su voto, la respuesta sería: somos humanos.

Es nuestra universal disculpa. Cada vez que tenemos la oportunidad de superarnos, de ir más allá de los límites que nosotros mismos nos hemos impuesto, aparece la justificación de nuestra naturaleza humana. Si, es verdad, somos humanos, pero eso no significa que seamos ajenos al heroísmo ni a la santidad.

Creo que Ana nos deja muy claro su testimonio y gracias a su compromiso colaboró eficazmente en el plan salvífico de Dios. Samuel fue elegido por Dios y lo sirvió con fidelidad, respondiendo también heroicamente a su misión. Digno hijo de su madre.

La próxima vez que nos venga la tentación de auto-justificarnos con el recuerdo de que somos humanos, pensemos que también somos hijos de Dios, discípulos del Crucificado. Recordemos a tantos santos y mártires de la Iglesia, recordemos que hemos recibido los mismos sacramentos que ellos recibieron, la misma gracia. Si ellos pudieron, también nosotros. Porque no somos solamente humanos, hay también en nosotros algo de divino pues el Espíritu de Dios habita en cada cristiano.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes

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