Me impresionó la declaración de una mujer que
respondió en una entrevista en la que le preguntaron cómo se sentía con
respecto a la renuncia de Benedicto XVI al papado. Ella dijo “Un padre no puede
renunciar a ser padre” y créanme que estoy muy de acuerdo con ella.
Un padre siempre es padre, así como un hijo es
siempre hijo. Sin embargo las circunstancias cambian. No es lo mismo el trabajo
que tiene el padre cuando su hijo es un bebé, que cuando es adolescente o ya
una persona adulta. Siempre será su padre, pero ejercerá su paternidad de
distinta forma e intensidad. Mientras más tierno el hijo, más cuidados y
atención requerirá. A medida que el hijo crece, los cuidados son menores y la
enseñanza mayor. El cambio se da en forma natural, puesto que cuando el padre
tiene más vigor, la paternidad le exige más trabajo físico, mientras que cuando
va creciendo en años y experiencia, su misión es más de maestro y consejero.
Benedicto XVI no renuncia a ser nuestro padre,
siempre seremos sus hijos. Ha entregado a la Iglesia todas sus fuerzas, su vigor
y sus conocimientos. Se ha desgastado tanto que ya no le quedan fuerzas
físicas. Nosotros hemos sido nutridos y hemos crecido a la sombra de su papado.
Consciente de las necesidades que tienen sus hijos, decidió cuidarnos de la
única manera en que puede seguirlo haciendo: con la oración.
Un padre nunca renuncia a ser padre, pero cambia su
modo de ejercer la paternidad que Dios mismo le ha confiado. Toca a los hijos
comprenderlo y reconocer todos los méritos de un padre bueno. Hoy agradezco a
Dios por el testimonio de humildad de un Apóstol, tan grande como humilde.
Hasta el Cielo.
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