Queridos Hermanos:
Cuando uno de verdad quiere alcanzar una meta debe resistir la tentación de la dispersión. Quien está resuelto a alcanzar un objetivo sabe que tiene que concentrarse y renunciar, no digo a todo lo demás, pero sí a muchas cosas que le podrían quitar las fuerzas y por lo tanto demorar la marcha hacia su ideal. En la segunda lectura de hoy San Pablo nos da la pauta cuando nos invita a hacer todo lo que hacemos para dar gloria a Dios.

Cada santo a su manera glorificaba al Señor. San Francisco exultaba viendo la mano del Creador en la naturaleza. Santa Teresa lo glorificaba a través de su poesía. San Francisco Javier engrandecía el nombre de Dios predicando y bautizando en tierras de misión. El beato Manuel González daba gloria a Dios dando y buscándole compañía al Abandonado del Tabernáculo. Todos siempre caminando hacia el mismo objetivo: dar a conocer a Aquel que nos ha amado primero, que por nosotros a entregado su vida.
Seguro que, así como el leproso del pasaje de hoy, cada uno de nosotros tiene alguna razón para dar gloria a Dios. Yo tengo mucho más de una. Por lo tanto ahora nos toca seguir el consejo de San Pablo y el ejemplo de todos los santos. Basta proponérnoslo como objetivo y concentrar en ello todas nuestras fuerzas. Todo lo que hagamos que sea para dar gloria a Dios, para darlo a conocer. Él mismo se encargará de brindarnos cada día las oportunidades para hacerlo. Y como siempre les digo “amor con amor se paga”. Si nosotros callamos hablarán las piedras.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
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