«Muchos me dirán aquel Día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” Y entonces les declararé: “Jamás los conocí; ¡apártense de mi, malhechores!”». (Mateo 7, 22-23)
Puedo cultivar amistades, y de seguro hacerlas crecer hasta que sean fraternas,
pero sin vida interior no trascenderán hasta la vida eterna.
Puedo cumplir con dedicación todos los mandamientos, y de seguro no tendré nada que reprocharme,
pero sin vida interior no llegaré a ser santo, será tan bueno como el joven rico.
Puedo servir al necesitado y consolar al que sufre, y de seguro podré así mejorar el mundo,
pero sin vida interior, la ingratitud de los hombres me amargará el corazón deteniéndome tarde o temprano.
Puedo proclamar el Evangelio a todos, y de seguro veré los frutos de la predicación,
pero sin vida interior, el resultado será efímero, sin raíces, como flor de un día.
Puedo rezar encomendando a Dios todos mis afanes, y de seguro escuchará mi plegaria,
pero sin vida interior no lograré escucharlo y mi oración será siempre un monólogo.
Puedo confesar mis pecados, y de seguro el Señor me los perdonará,
pero sin vida interior el dolor que sentiré por ellos será superficial y mi conversión no será profunda.
Puedo comulgar a diario, y de seguro que la gracia del sacramento me inspirará a ser como Cristo,
pero sin vida interior no llegaré a encarnarlo, y quedaré como la piedra en el río a la que el agua no puede penetrar.
Puedo celebrar la Santa Misa, y de seguro que a través de ella Dios seguirá obrando milagros de gracia,
pero sin vida interior no seré más que un canal por el que el agua pasa, pero no se queda.
«El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo». (Mateo 13, 33)
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
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