"Que no haya nada en tí que no sea lo que de tí se espera" (San Juan María Vianney)

domingo, 22 de abril de 2012

Reflexionando el Evangelio: Siempre felices - III Domingo de Pascua


Queridos Hermanos:

Es sorprendente la seguridad y el valor que demuestran las palabras de San Pedro que hemos leído en la primera lectura de hoy. Declara en manera contundente que el mismo Cristo que los judíos asesinaron, ha resucitado. No parece ser el mismo Pedro que la madrugada del viernes santo había negado en tres ocasiones conocer a Jesús. ¿Dónde quedó su miedo o la tristeza por la muerte del Maestro?

Vemos en el Evangelio cómo los discípulos no cabían en sí de alegría al ver a Jesús Resucitado. Al inicio pensaron que era un fantasma, pero luego comprobaron que era el mismo que habían visto morir en la Cruz, pero que ahora veían vivo y comiendo con ellos. Eso cambió para siempre sus vidas.

Desde aquel día, todo cambió para ellos. Todo lo que Jesús había dicho y hecho cobró nuevo sentido y pudieron también entender lo que les correspondía hacer: dar testimonio. Superaron las dudas, el pesimismo y hasta el miedo. La Resurrección de Cristo les dio sentido a sus vidas, los llenó de alegría.

Lastimosamente el mundo propone otros caminos hacia la felicidad. La semana pasada reflexionábamos sobre la realidad de países como Finlandia o Japón, donde el nivel de bienestar ha alcanzado expresiones altísimas, y donde, sin embargo, los índices de suicidio son los más altos del mundo. Y es que aunque se tenga todo, si no se tiene un sentido en la vida, algo más allá de lo material, no se puede ser feliz. Muchos, engañados por las propuestas de la filosofía contemporánea, consagran todas sus fuerzas a alcanzar metas que no llenan: dinero, fama, lujos, amores humanos, etc. Todo eso, al final, los deja vacíos y frustrados, y muchos terminan suicidándose pensando así escapar de la desesperación.

La vida de quien ha encontrado a Jesús Resucitado es muy distinta. Sabemos que el único objetivo de nuestra vida es el amor. Nos sabemos y sentimos amados por Dios, y ese amor nos hace amar a los demás, amarnos también a nosotros mismos, amar la vida. Cada día es un don que agradecemos y que sabemos que hemos de consumir amando, sirviendo a Dios y a los hermanos. Todo eso nos hace felices, nos llena la vida, aún en medio de las dificultades y problemas de la vida cotidiana.

Es así que, hoy como ayer, los cristianos en todo el mundo son gente que vive feliz. Perseguidos o no, en paz o en guerra, ricos o pobres, los cristianos saben de donde vienen y hacia donde van. Sabemos que nuestra vida no termina con la muerte, porque nuestro Salvador ha vencido a la muerte y camina entre nosotros.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes

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