En la época que nos ha tocado vivir, a nadie le sobra
el tiempo. Se ha vuelto un bien de consumo masivo, de alto costo y que muy
pocos están dispuestos a compartir desinteresadamente. Todo se debe hacer
velozmente, procurando sacar el mayor provecho posible a cada minuto. Todo se
calcula y se organiza, hay que planificar hasta el tiempo que se necesita para
satisfacer necesidades básicas como asearse o comer. Y cada vez vivimos más
apurados.
Si a todo eso le agregamos la multiplicidad de tareas
que nos toca desarrollar, no es difícil comprender por qué enfermedades como el
estrés, la hipertensión o la gastritis, están al orden del día. Sin embargo (y
ahora es cuando quiero meter la cuchara) existe una gran diferencia, más de
fondo que de forma, cuando de la realización de nuestros deberes se trata.
Aquello que amamos, no nos pesa.
Nadie se estresa cuando hace su deporte favorito o
mira una película, o desarrolla su pasatiempo. No nos apuramos cuando
conversamos con alguien que es importante para nosotros. Cuando rezamos
pidiendo al Señor su auxilio, porque estamos en problemas, no miramos el reloj.
Tampoco nos apuramos cuando lloramos o reímos. La verdad es que sólo nos pesan
aquellas cosas con las que no nos sentimos vinculados, porque lo que nos
apasiona, aunque lo tengamos que hacer todos los días, no nos causa molestia
alguna.
Y entonces la solución a nuestros problemas de tensión
o depresión, hasta de vacío existencial, no es ninguna terapia innovadora, sino
apasionarnos por lo que hacemos. Todas las actividades humanas, aún aquellas
más insignificantes, esconden un “porque”, una razón que las hace necesarias y
por lo tanto bellas, amables. Encontrar esa razón es imprescindible para poder
valorar y amar lo que hacemos, para que surja esa pasión que hará liviana
nuestra carga y llevadera nuestra cruz de cada día.
Empieza cada jornada poniendo en manos de Cristo tus
actividades, muchas o pocas, pesadas o entretenidas, y comprométete con Él a
presentarle en la noche los frutos conseguidos. Verás que poco a poco esas
ansias y carreras, y sobre todo, esa insatisfacción por tu rutina diaria, se
irán desvaneciendo. Porque lo que amamos nunca nos cansará.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
Excelente....debemos leerlo a diario..!
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