Queridos
Hermanos:
Es fácil caer
en el error de pensar que sólo lo más vistoso, lo más grande, puede
considerarse de más valor. Existen tantas cosas pequeñas, a veces imperceptibles
a la vista, que encierran en sí mismas los tesoros más grandes. De hecho
nuestra salvación depende de un tesoro que no podemos ver, aunque sí lo podamos
sentir, un tesoro que llevamos en vasijas de barro. Ese tesoro que Cristo ganó
para todos en la Cruz y que recibimos a través de los sacramentos, se llama
gracia.
Cuando Jesús
compara el Reino de los Cielos a un grano de mostaza parecería que nos quisiera
ocultar algo. Pero, y disculpen que sea insistente en afirmarlo, quien conoce
bien el catecismo encontrará siempre más claro el contenido de la Biblia que
quien no lo ha estudiado. El Reino de Dios no es un lugar, es Dios mismo, su
vida divina, su ser. La vida de los bienaventurados será contemplar a Dios cara
a cara por la eternidad. Y ese Dios infinito ha querido venir a habitar dentro
de nosotros, que como enseña San Pablo, somos templo del Espíritu de Dios.
¿Y cómo es
que se hace real ésta presencia (inhabitación) de Dios en nosotros?
Los
sacramentos son los cauces de la gracia, de ahí que, desde el día de nuestro
bautismo, junto al perdón del pecado original y a la filiación divina, hemos
recibido también la gracia. Dios hace morada en nuestro ser. Y esa gracia crece
y se fortalece a medida que nuestra vida cristiana se desarrolla, a medida que
nuestra comunión con Dios se hace más intensa.
Es verdad que
la gracia no se ve, pero como les dije al principio, se siente. Hagan la
prueba, es muy fácil darse cuenta. Cada vez que sentimos el deseo de hacer el
bien, de orar, de servir, aunque nos parezca que todo es iniciativa nuestra, en
realidad es una inspiración del Espíritu de Dios que habita en nosotros, es
obra de la gracia.
Hoy Jesús nos
recuerda que esa semilla de mostaza, ese Reino de los Cielos, ha sido sembrada
en cada uno de nosotros y nos toca cuidarlo y cultivarlo. Como es siempre obra
de Dios, basta con dejarnos llevar, dejarnos guiar por sus mociones. Lo demás
lo hará Cristo, nosotros somos sólo sus instrumentos.
Hasta el
Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
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