"Que no haya nada en tí que no sea lo que de tí se espera" (San Juan María Vianney)

miércoles, 20 de junio de 2012

Reflexionando el Evangelio: Dios vive en mi - XI Domingo del Tiempo Ordinario


Queridos Hermanos:
Es fácil caer en el error de pensar que sólo lo más vistoso, lo más grande, puede considerarse de más valor. Existen tantas cosas pequeñas, a veces imperceptibles a la vista, que encierran en sí mismas los tesoros más grandes. De hecho nuestra salvación depende de un tesoro que no podemos ver, aunque sí lo podamos sentir, un tesoro que llevamos en vasijas de barro. Ese tesoro que Cristo ganó para todos en la Cruz y que recibimos a través de los sacramentos, se llama gracia.
Cuando Jesús compara el Reino de los Cielos a un grano de mostaza parecería que nos quisiera ocultar algo. Pero, y disculpen que sea insistente en afirmarlo, quien conoce bien el catecismo encontrará siempre más claro el contenido de la Biblia que quien no lo ha estudiado. El Reino de Dios no es un lugar, es Dios mismo, su vida divina, su ser. La vida de los bienaventurados será contemplar a Dios cara a cara por la eternidad. Y ese Dios infinito ha querido venir a habitar dentro de nosotros, que como enseña San Pablo, somos templo del Espíritu de Dios.
¿Y cómo es que se hace real ésta presencia (inhabitación) de Dios en nosotros?
Los sacramentos son los cauces de la gracia, de ahí que, desde el día de nuestro bautismo, junto al perdón del pecado original y a la filiación divina, hemos recibido también la gracia. Dios hace morada en nuestro ser. Y esa gracia crece y se fortalece a medida que nuestra vida cristiana se desarrolla, a medida que nuestra comunión con Dios se hace más intensa.
Es verdad que la gracia no se ve, pero como les dije al principio, se siente. Hagan la prueba, es muy fácil darse cuenta. Cada vez que sentimos el deseo de hacer el bien, de orar, de servir, aunque nos parezca que todo es iniciativa nuestra, en realidad es una inspiración del Espíritu de Dios que habita en nosotros, es obra de la gracia.
Hoy Jesús nos recuerda que esa semilla de mostaza, ese Reino de los Cielos, ha sido sembrada en cada uno de nosotros y nos toca cuidarlo y cultivarlo. Como es siempre obra de Dios, basta con dejarnos llevar, dejarnos guiar por sus mociones. Lo demás lo hará Cristo, nosotros somos sólo sus instrumentos.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes

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