Queridos
Hermanos:
Celebrar la
solemnidad de la Santísima Trinidad es celebrar la familia. Celebrar que
tenemos un solo Dios en tres personas distintas nos recuerda que no tenemos un
Dios solitario, sino un Dios amor que es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo. Y
que por amor y para amar nos ha creado, redimiéndonos con la Cruz de Cristo y
adoptándonos a través del Bautismo. Somos sus hijos, somos también parte de su
familia.
Pero todo esto
parece poco cuando lo ponemos delante del individualismo que nos propone la
sociedad moderna. Reconocer que dependemos unos de otros significaría admitir que
no somos autosuficientes e independientes, es decir, admitir que somos débiles.
Parecería que palabras como familia, comunidad, grupo o miembro tuviesen un
significado distinto al original.
Cuando leemos
en el Evangelio según San Mateo el mandato misionero y pensamos el impacto que
tuvo en la vida de los Apóstoles, no podemos hacer menos que maravillarnos. Fue
para ellos una consigna vital, era lógico que no podían quedarse con el tesoro
de la Buena Nueva para sí, era urgente predicarla a todo el mundo, porque
Cristo había sacrificado su vida para salvar a todos. Para los Apóstoles, como
para cada cristiano que asume la tarea de evangelizar, se trataba de colaborar
en la salvación del hermano, de alguien que es tan parte del Cuerpo Místico de
Cristo como lo eres tú.
Y es así que
el cristianismo propone siempre la comunión. Somos un solo Cuerpo y Cristo es
la cabeza, nos enseña San Pablo. Unidos a Cristo y a los hermanos, somos
Iglesia. Una Iglesia sostenida por el Padre, redimida por el Hijo y guiada por
el Espíritu Santo. Una Iglesia en la que cada miembro es esencial, porque es un
hermano, porque somos una familia. Una Iglesia cuya fuente y cumbre es la
Eucaristía, Sacramento de Comunión.
Hasta el
Cielo.
P. César
Piechestein
elcuradetodos
… ustedes
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