Queridos Hermanos:
Sin duda alguna sólo quien tiene clara su meta y concentra
todos sus esfuerzos en alcanzarla, logra llegar a ella. San Juan Bautista tenía
como meta cumplir la misión que Dios le había encomendado y no dudó ni un solo instante
en dar todo de sí para preparar el camino del Mesías. Su entrega total mereció
la alabanza de Jesús, que afirmó que no ha existido uno más grande de los
nacidos de mujer que Juan el Bautista.
Cada día que comienza nos toca discernir bien hacia
donde queremos ir y de qué manera queremos invertir nuestro tiempo. Quizás por
eso es que la oración debe ser la llave que abre nuestro día, porque es a
través de ella que podemos descubrir la que Dios espera de nosotros en esa
jornada que inicia. Sólo quien se plantea objetivos concretos dará pasos en esa
dirección. Pero en nuestro caso los objetivos no son fruto de nuestra mente,
sino respuestas a lo que el Espíritu Santo inspira a nuestra alma.
Sin embargo existe una gran dificultad y es nuestro
ego y todo lo que comienza con esa sílaba: egoísmo, egocentrismo, egolatría,
etc. Cuando San Juan Bautista afirma que él no es digno ni siquiera de desatar
las sandalias del Mesías, lo dice porque está convencido de ello, porque
reconoce la grandeza infinita del Redentor. El testimonio de su vida retirada
en el desierto, vida de penitencia y sin brillo, se descubre sólo en el momento
en que debía comenzar su misión, y se apaga cuando empieza a brillar el Cristo.
Quien quiera servir a Dios tiene que imitar la misma actitud: Cristo al centro,
porque es Él quien debe ocupar el primer lugar en nuestra vida, en nuestro
corazón. Nuestra razón de ser es hacer su voluntad, en ello encontramos nuestra
realización, nuestra felicidad.
Hoy el testimonio de Juan el Bautista nos exhorta a
un cambio interior, a una humildad activa. Morir
a nosotros mismos es un bien, porque sólo así seremos capaces de vivir para
Cristo.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos … ustedes
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