Fue una hermosa coincidencia que para la Misa de clausura de la JMJ, el domingo nos ofreciera justamente el pasaje del Evangelio donde Jesús le da a Pedro su misión de fundamento de la Iglesia. Fue ciertamente emocionante recordar el papel y la figura del Sumo Pontífice teniendo al actual sucesor de San Pedro delante de dos millones de jóvenes de todo el mundo. Dios hace siempre bien las cosas.
Y es que además de ser padre y pastor universal, el Papa es signo de unidad y comunión en la Iglesia. Ante la inmensa diversidad cultural y étnica que se evidencia entre los fieles católicos (muy palpable en la JMJ donde habían hermanos de 193 países) no podemos menos que admirar la comunión que existe entre todos. Y es precisamente la figura del Papa, como vicario de Cristo, lo que concreta esa unidad.
Permítanme tomar unas palabras de la homilía de Benedicto XVI:
"No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir «por su cuenta» o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él."
Creo que uno de los testimonios que más se han escuchado por parte de los jóvenes que participaron de la JMJ es justamente el descubrir la riqueza de la comunión eclesial. Estos días en Madrid fueron, para todos, la oportunidad para descubrí que la Iglesia no se acaba con la propia parroquia o grupo, ni siquiera con la propia nación. Somos más de mil millones de católicos en el mundo, todos siguiendo al mismo Jesús y bajo la tutela del mismo Papa.
Y esa comunión con los hermanos la hemos de cultivar cada día, empezando con los que tenemos más cerca, pero sin olvidar a todos los demás, que aunque estén del otro lado del mundo, son también hermanos en la fe.
Creo que aunque la conclusión cae por su propio peso, ésta dimensión que muchos han podido descubrir y palpar con propia mano, nos ayudará a ser una juventud más misionera. Hemos visto como nuestro Jesús es también el Maestro de quienes viven en Malacia, en Nigeria, en Brunei o en Corea. No hay fronteras para la fe y no pueden haber fronteras para un discípulo de Cristo.
Ahora a vivir lo que aprendimos en Madrid, a ponerlo en práctica para que no se quede sólo en buenos propósitos. Y que el testimonio de los jóvenes sea el presagio de nuevas generaciones más cristianas, que trasformen en Cristo la faz de la tierra.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
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