Mis casi vueltos a ver ALA:
La Jornada Mundial de la Juventud, pero sobre todo la misma juventud que desbordó cada rincón de Madrid, acaparó toda mi atención de manera que no pude detenerme para escribir un informe a tiempo. Ahora, mientras disfruto de los encantos de Sevilla y recorro los pasos del Beato Manuel González, puedo detenerme a poner por escrito por lo menos una parte de aquellos memorables días.
Un día de reencuentros.
El martes fue el día en que oficialmente iniciaba la jornada. Habíamos sido convocados a la plaza Cibeles donde se celebraría la Misa de apertura, presidida por el cardenal Rouco Varela, a quien pude conocer personalmente en las oficinas de la JMJ. Horas antes me había puesto en contacto con mi querido Daniele, de Picinisco, que acompañado de Marco y Enrico estaban ya “peregrinando” en la ciudad. Antes de la celebración eucarística pudimos visitar la catedral de la Almudena, la plaza del Sol y plaza Mayor. Cuando estábamos listos para buscar acomodo delante del altar, en Cibeles, recibí la llamada de otro Daniel, esta vez Arévalo. Estaba también muy cerca, junto a otros seminaristas de Guayaquil y el padre rector. Aunque parecía imposible poder encontrarse entre semejante multitud, lo logramos. Como aún había tiempo y después de haber rezado vísperas, decidimos visitar el parque del Retiro. Lamentablemente cuando regresamos ya casi no quedaba sitio y nos tuvimos que conformar con sentarnos junto a la puerta de Alcalá, frente a una pantalla gigante que nos permitió seguir la Misa.
Aprendiendo a evadir multitudes.
Los medios dijeron que ese día estuvimos 500.000 peregrinos, aunque la organización esperaba aproximadamente 300.000, es decir que desbordamos las expectativas. Una vez que concluyó la celebración era casi imposible pretender tomar el metro, así que había que caminar y pensar en otras posibilidades. Mientras caminábamos encontré otro gran amigo, esta vez español. Paco es estudiante de música en Roma y nos conocimos en el colegio de música sacra, la segunda casa que me acogió en Italia. Estaba acompañado de su esposa y algunos amigos, todos peregrinos. Así que con esa familia “alargada” continuamos buscando una solución para poder escapar y encontrar algo de comer. La solución fue tomar un bus, cualquier bus que nos pudiera alejar de la zona “cero” y que nos acercara a una estación del metro que no estuviera saturada de gente. Y fue así que descubrimos que esa era la manera más eficaz de moverse luego de un evento masivo.
Café y Te.
Todo peregrino tenía tickets que podía cambiar por comida en ciertos restaurants afiliados a la JMJ. Ese era el caso de un Café y Te (cadena de cafeterías) que estaba a una cuadra de mi alojamiento. Hasta ahí llevé a toda mi comitiva y pudimos cenar al mismo tiempo en que disfrutábamos la compañía de los amigos. Sobre este lugar tendría que detenerme, puesto que allí hice grandes amigos. Está atendido por un grupo de personas muy alegres, empezando por su administradora y cocinera: Mónica. Ella es la única española que trabaja ahí, todos los demás o son peruanos o ecuatorianos. Ya se imaginarán que me sentía como en Ecuador, así que cada día me tenían ahí para almuerzo y cena.
Faltaban manos.
Cada día que pasaba la confianza era mayor y aunque no era tan fácil conversar (el local se abarrotaba de peregrinos) siempre te dedicaban un minuto, una sonrisa y un plato de comida bien despachado y sabroso. Y fue el jueves que viéndolos tan estresados (trabajaban 19 horas diarias) decidí que tenía que darles una mano o es que no es para eso que estábamos los voluntarios. Al inicio se negaron pero ante la urgencia de ayuda me dejaron y me convertí en camarero. Me divertí a lo grande y tuve oportunidad de practicar el inglés, que hace rato tenía guardado. Creo que fue ese tiempo compartido lo que nos acercó más y seguro que los echaré de menos. Al final me regalaron hasta el uniforme, así que puedo decir que soy un camarero honorario. ¿Qué le servimos?
Como siempre me queda mucha tinta en el tintero, pero será para la próxima. Espero que estén todos bien y que no se olviden de incluirme en sus oraciones, yo los tengo en las mías. Un abrazo y mi bendición.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
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