"Que no haya nada en tí que no sea lo que de tí se espera" (San Juan María Vianney)

viernes, 15 de abril de 2011

Hoy es mi onomástico, les presento a mi tocayo :

BEATO CÉSAR DE BUS, Presbítero y fundador († 1607)

César fue el fundador de la Congregación de Padres de la Doctrina Cristiana. Nació en Francia, en el pueblo de Cavaillón, a 30 kilometros de Avignon, el 3 de febrero de 1544. Su familia era rica y piado­sa. Y ya se sabe que muchas veces, cuando la familia es rica y piadosa, los hijos suelen salir bastante balas y descreídos. Por eso, no es extraño que César, en su juventud, fuera un poco descalabrado; en buenas lenguas, se había olvidado un poco del buen camino. Bueno: un pirata.

Pero esta gente que empieza mal suele tener un momento de reflexión (nosotros la llamamos conversión) y da media vuelta a la vida, y a veces violentamente, llamando la atención sin pretenderlo

Esto les ha pasado a muchos. Sería muy larga la lista de san­tos que hicieron esto. Y no vamos a empezar hablando de Ca­milo de Lelis, que era un jugador empedernido y perdió hasta la camisa en Roma.

¿Cómo dio este cambio nuestro amigo César? De forma ta­jante, radical, como lo suelen hacer los jóvenes. Ojalá hoy tuvié­ramos muchos de éstos. Se dio cuenta de que estaba haciendo el ridículo; que, a los ojos de sus padres y a los suyos propios, era un calamidad integral; de que había que aprovechar mejor la vida; que no merecía vivir haciendo el payaso. Y se entregó a Dios con un ardor increíble.Y empezó una vida distinta: vida solitaria, de reflexión, de meditación de las Sagradas Escrituras, de cuidado a los enfer­mos y los pobres. Y entregó sus bienes y toda su persona al rei­no de Dios. «Vende lo que tienes, ven y sígueme».

Pasaron unos años y cuando tenía 42 recibió el sacerdocio en su pueblo, Cavaillón. Sus gentes estaban conmovidas por el cambio que había dado César. Es que nunca se acostumbra la gente a ver estos cambios tan radicales. Eso pasó en casa de San Ignacio de Loyola, y de tantos otros.

Y como siempre, se puso a enseñar la doctrina cristiana a ni­ños y pobres. Y se le juntan unos amigos y forma dos congre­gaciones, de mujeres y de hombres. Y se dedica al estudio de la doctrina católica que en aquel momento estaba tan atacada por toda clase de opiniones protestantes.

Tampoco le faltaron tribulaciones y penas: dolores del cuerpo y angustias del alma. Y se quedó ciego a los 50 años. Pero, ciego y todo, no dejaba de trabajar, de animar a todos, de vivir dando ejemplo de virtud. Repetía una oración compuesta por él:

Sin luz en mis ojos
y lleno de dolores,
la cruz es mi delicia,
la cruz es mi luz

Y entre tantos males del alma y del cuerpo, tuvo la inmen­sa satisfacción de ver aprobada su congregación por Clemen­te VIII (antes obispo de Avignon) el 27 de junio de 1598.

Murió el 15 de abril de 1607, en la fiesta de Pascua, cuando tenía 63 años de edad.

Todos le tenían por un santo. Se introdujo la causa de beati­ficación el 18 de enero de 1686. Y cuando se hablaba de sus he­roicas virtudes, todos se referían en especial a su enamorada de­voción a María.

Hubo muchas discusiones a cuenta de sus milagros. Con­flictos en las curias episcopales y en Roma. Pero después de muchos años, Pablo VI lo beatificó el día 27 de abril de 1975. Y dispuso que los cristianos celebraran su fiesta el día 15 de abril de todos los años.

Ya hemos dicho que la vida de César transcurre en Francia entre los años 1544 y 1607. ¿Saben nuestros amigos qué fechas tan críticas fueron aquéllas? Las tenemos que repasar si quere­mos comprender la importancia de nuestro biografiado. Vea­mos: 1517-1546, revolución de Lutero; 1540, Compañía de Jesús; 1545-1563, Concilio de Trento. Todos estos hechos influ­yeron en la vida de César.

Vemos a César metido en la fundación de la congregación que atiende a los más pobres de la sociedad. Pero debemos te­ner en cuenta que otros muchos santos, deseosos de darlo todo para la Iglesia, también hicieron cosas parecidas. Esto no quita mérito a nuestro amigo, sino que fortalece su idea genial. No fue uno solo el que se lanzó con esta iniciativa; fue un ramillete de gente santa que respondió con generosidad al momento gra­ve que se estaba viviendo en la Iglesia de Cristo. ¡Ojalá en nues­tros días salieran santos de esta categoría! Falta, la verdad, ya hace.

En Italia, Carlos Borromeo, muerto en 1584, y San Felipe Neri. En España, Ignacio de Loyola; San Bartolomé de los Mártires (muerto en 1590), fray Luis de Granada; San Pedro de Alcántara; Teresa de Jesús; Juan de la Cruz; Juan de Dios. En Suiza, Francisco de Sales, muerto en 1622.

Y fundaciones nuevas: Mateo de Bascio, funda los capuchi­nos en 1528, con Clemente VIII. Aparecen las capuchinas, fun­dadas en Nápoles en 1538, por María Laurencia Longa. En Francia, Vicente de Paúl. Los teatinos son de 1524, buscando la reforma del clero. Los funda San Cayetano de Tiene y se dedi­can también al cuidado de los enfermos. Y nacen los barnabi­tas, oratorianos, lazaristas, la congregación de San Sulpicio, los redentoristas, los oblatos de San Ambrosio.

Para educar a los jóvenes, nacieron congregaciones como los clérigos de Somasca (1526), los hermanos de la Doctrina Cristiana de San Juan Bautista de La Salle; los escolapios de San José de Calasanz, español (1600); las salesas, que en un princi­pio se dedicaban a la enseñanza de la juventud, de San Francis­co de Sales (1610); las ursulinas de Santa Ángela de Merici (1537); las jesuitinas (1703). En este grupo entra la congrega­ción de César de Bus, de los Padres de la Doctrina Cristiana (1592).

Y para el cuidado de los enfermos nacieron los camilos, de San Camilo de Lelis (1585), y las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paula (1668). Y los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios (1572).

Pero no sólo se fundaron congregaciones nuevas, sino que se reformaron las antiguas. Así, los carmelitas, los trapenses y la congregación de San Mauro.

Es decir: una verdadera revolución que afectó a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que vivieron en aquellos años. Años de envidia, porque surgieron verdaderos monumen­tos de santidad en la Iglesia de Dios.

Uno desearía que, en nuestros tiempos de tantos cambios y tantas revoluciones culturales, surgieran como entonces gigan­tes de la santidad capaces de dar un rumbo cristiano a la socie­dad de nuestro tiempo.

FÉLIX NÚÑEZ URIBE

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