Recuerdo un
poema que comenzaba así: “A cocachos aprendí mi labor de colegial, en el
colegio fiscal del barrio donde nací”. Y lo recuerdo precisamente porque hace
unos días recibí un golpe en la cabeza, aunque no fue exactamente un cocacho.
Resulta que
iba yo muy tranquilo, viajando un moderno tranvía, camino a mi casa. Cabe
recalcar que es la línea que tomo todos los días, desde hace casi tres años.
Llegando a mi parada me acerqué a la puerta sin problema ninguno, porque el “tran”,
como le llaman acá en Roma, estaba casi vacío. Y mientras esperaba a que se
abrieran las puertas “cataplúm”, que me cae una de las lámparas del techo en el
centro de mi cabeza.
Está de más
decir que fue una experiencia dolorosa, aunque más que nada sorpresiva. Quien
se iba a imaginar que en un medio de transporte tan moderno pudieran ocurrir
cosas así. ¡No me había pasado nunca ni en los buses “populares” de Guayaquil!
Tranvía de la línea 8. |
Enseguida
la solidaridad de la gente italiana, que se conduele enseguida de la desgracia
ajena. Uno que me preguntaba si estaba bien, otro que recogía la lámpara para
evitar que alguno se cayera supongo. Hasta una señora que me agarró del brazo,
creo que pensaba que me iba a desmayar. Yo que le quitaba importancia al
evento, aunque sí me tomé el tiempo de informar al chofer haciéndole ver lo
insólito del acontecimiento. El susodicho ya quería llamar al hospital, pero la
verdad es que no hacía falta. Le aseguré que tengo la cabeza lo bastante dura y
que de un simple chichón no pasaba. Que lo grave hubiese sido que le cayera a
una persona anciana o a un niño pequeño.
Mientras
caminaba de regreso a casa no pude evitar hacerme la pregunta: ¿qué habrá
querido decirme el Señor con el “lampadazo”? No es que cada acontecimiento
tenga por fuerza un significado, pero es verdad que de cada experiencia uno
puede sacar una lección. Y les comparto mi moraleja.
“Menos mal
que me cayó a mi y no a una ancianita o a un niño” fue lo que le dije al
chofer. Menos mal que recibió el golpe uno en capacidad de resistir y no
alguien que hubiese terminado mal herido. Y es que de seguro Dios conoce
nuestras debilidades, pero también las fuerzas que ha dado a cada uno. Y como
en nuestra gran comunidad de hermanos, tenemos que ayudarnos unos a otros, más
de una vez nos tocará recibir un “golpe” para evitar que lo reciba alguien que
no lo podría resistir, uno más débil que nosotros mismos.
Fue eso
precisamente lo que hizo Jesús al morir en la Cruz, cargó con nuestras culpas,
con el peso que nosotros no podíamos cargar. Es así que nos redimió, nos compró
con su propia Sangre.
Espero que
el aviso al chofer haya tenido respuesta y de ahora en adelante tengan más
cuidado a la hora de ajustar las lámparas del tranvía. En todo caso tendría que
agradecer a la compañía municipal de transportes de Roma por la importante
lección que me permitieron “encarnar”.
Hasta el
Cielo.
P. César
Piechestein
elcuradetodos
… ustedes
Por suerte solo fue la lampara y no un accidente ferrocarrililistico!!! ja ja ja
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