"Que no haya nada en tí que no sea lo que de tí se espera" (San Juan María Vianney)

jueves, 24 de mayo de 2012

Reflexionando el Evangelio: Fe contagiosa - Solemnidad de la Ascensión del Señor


Queridos Hermanos:

Nuestro Señor Jesucristo, antes de ascender a los Cielos, nos envió a todo el mundo a predicar el Evangelio. La Iglesia a lo largo de la historia de los últimos dos mil años ha procurado cumplir esa misión. Hoy cuando somos testigos de la desorientación que crece  y del vacío existencial en el que muchos viven, la responsabilidad de continuar la obra de Jesús es imperiosa. La propuesta de la nueva evangelización no puede pasar inadvertida, mucho menos por aquellos que nos consideramos católicos practicantes.

Sin embargo y sin salir del grupo de quienes nos tomamos en serio nuestra pertenencia a la Iglesia, habría que preguntarse por qué tantas veces nuestras iniciativas no obtienen los resultados que esperamos. Ciertamente no es por culpa del Señor, por lo tanto nos toca descubrir qué nos falta, en qué estamos fallando.

A veces podemos pensar que ser católico es cumplir los mandamientos y ante todo hacer el bien al prójimo. Más o menos como lo pensaban los fariseos. Y de ellos Jesús dijo de ellos que su corazón estaba lejos de Dios. Quizás ese sea el problema: no somos testigos atrayentes del Evangelio. Predicar un cristianismo que sea sólo cumplimiento de preceptos y labor social es traicionar lo que es realmente ser discípulo de Cristo.

Los primeros cristianos eran capaces de contagiar la fe, aún en medio de la persecución, precisamente porque había algo más. Su felicidad, su gozo interior, era algo que cualquier persona podía desear. Al saber que era Cristo la razón de su alegría, las personas se convertían. No era ir detrás de leyes, por muy buenas que fuesen, sino convertirse en hijos de un Dios cercano y amoroso, Padre de todos.

Hoy, al recordar el regreso de Jesús al Reino del Padre, hemos de recordar por qué somos sus discípulos. Nuestra religión se fundamenta en la relación personal que tenemos con Jesús, Él es nuestra felicidad. No basta con cumplir los mandamientos, hemos de orar con intensidad, unirnos a Él en la Eucaristía, crecer en comunión con Cristo.

La nueva evangelización necesita de almas de oración, contemplativos en la acción, que contagien la fe. Sólo quien lleva a Cristo en su interior es capaz de transmitirlo a los demás. El mundo de hoy, quizás más que nunca, necesita almas enamoradas de Cristo que lo prediquen, que lo den a conocer. Quien acoge a Cristo, acoge a su Iglesia, acoge su doctrina y se deja transformar en nueva creatura.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes

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