Queridos Hermanos:
Nuestro Señor Jesucristo, antes de ascender a los
Cielos, nos envió a todo el mundo a predicar el Evangelio. La Iglesia a lo
largo de la historia de los últimos dos mil años ha procurado cumplir esa
misión. Hoy cuando somos testigos de la desorientación que crece y del vacío existencial en el que muchos
viven, la responsabilidad de continuar la obra de Jesús es imperiosa. La
propuesta de la nueva evangelización no puede pasar inadvertida, mucho menos
por aquellos que nos consideramos católicos practicantes.
Sin embargo y sin salir del grupo de quienes nos
tomamos en serio nuestra pertenencia a la Iglesia, habría que preguntarse por
qué tantas veces nuestras iniciativas no obtienen los resultados que esperamos.
Ciertamente no es por culpa del Señor, por lo tanto nos toca descubrir qué nos
falta, en qué estamos fallando.
A veces podemos pensar que ser católico es cumplir los
mandamientos y ante todo hacer el bien al prójimo. Más o menos como lo pensaban
los fariseos. Y de ellos Jesús dijo de ellos que su corazón estaba lejos de
Dios. Quizás ese sea el problema: no somos testigos atrayentes del Evangelio.
Predicar un cristianismo que sea sólo cumplimiento de preceptos y labor social
es traicionar lo que es realmente ser discípulo de Cristo.
Los primeros cristianos eran capaces de contagiar la
fe, aún en medio de la persecución, precisamente porque había algo más. Su
felicidad, su gozo interior, era algo que cualquier persona podía desear. Al
saber que era Cristo la razón de su alegría, las personas se convertían. No era
ir detrás de leyes, por muy buenas que fuesen, sino convertirse en hijos de un
Dios cercano y amoroso, Padre de todos.
Hoy, al recordar el regreso de Jesús al Reino del
Padre, hemos de recordar por qué somos sus discípulos. Nuestra religión se
fundamenta en la relación personal que tenemos con Jesús, Él es nuestra
felicidad. No basta con cumplir los mandamientos, hemos de orar con intensidad,
unirnos a Él en la Eucaristía, crecer en comunión con Cristo.
La nueva evangelización necesita de almas de oración,
contemplativos en la acción, que contagien la fe. Sólo quien lleva a Cristo en
su interior es capaz de transmitirlo a los demás. El mundo de hoy, quizás más
que nunca, necesita almas enamoradas de Cristo que lo prediquen, que lo den a
conocer. Quien acoge a Cristo, acoge a su Iglesia, acoge su doctrina y se deja
transformar en nueva creatura.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
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