La reflexión del Evangelio de hoy nos lleva a revisar en qué o en quién hemos puesto nuestra confianza. De hecho el profeta en la primera lectura insiste en el infortunio de aquel que pone su confianza en sí mismo “Maldito el hombre que confía en el hombre”. Nuestra confianza la hemos de poner siempre y solamente en Dios.
Cuando las cosas salen como lo habíamos planeado, cuando tenemos prosperidad y salud, ponemos nuestra confianza en esas cosas y en nuestras capacidades, que nos permiten obtenerlas. Sin embargo, como nada es para siempre, cuando se nos cambia la situación y nos toca enfrentar dificultades como la enfermedad , una crisis familiar o la muerte de un ser querido, recordamos cuán frágiles somos y cuánto dependemos de Dios.
Pero ahí no termina la lección, porque si pensamos que tener nuestra confianza puesta en Dios significa esperar que nos facilite el trabajo, nos solucione los problemas y nos regale una vida color de rosa, estamos en un grave error. Podríamos decir que hay dos maneras de confiar en Dios, una recta y otra errónea.
La errónea es la de quienes piensan que por confiar en el Señor, El está obligado a darles todo el bienestar en esta vida. Vemos claramente en las “Bienaventuranzas” que son dichosos los pobres, los que pasan hambre, los que lloran, porque la felicidad a la que aspiran no es en esta vida, sino en la eterna. Son dichosos porque han puesto su confianza en Dios, que cumplirá su promesa de llevarnos al Cielo. La virtud de la esperanza se resume en la confianza que tenemos de que Dios cumplirá todo lo que nos ha prometido.
Por eso el Evangelio de este domingo concluye con los “Ay de ustedes”, hablando de aquellos que no han puesto su confianza en Dios y se han olvidado que esta vida es pasajera, que la que importa viene después.
Hoy Jesús nos llama a revisar donde está nuestra confianza, en quién la hemos puesto. Dios nunca nos va a defraudar, su Palabra es eterna y estable. Cuando la vida se torne difícil, no debemos desesperarnos, porque pasará. Y mientras lo damos todo por Dios, El ya nos tiene reservado un lugar en el Reino de los Cielos. Allá nos encontraremos.
¡Dios los bendiga siempre!
Cuando las cosas salen como lo habíamos planeado, cuando tenemos prosperidad y salud, ponemos nuestra confianza en esas cosas y en nuestras capacidades, que nos permiten obtenerlas. Sin embargo, como nada es para siempre, cuando se nos cambia la situación y nos toca enfrentar dificultades como la enfermedad , una crisis familiar o la muerte de un ser querido, recordamos cuán frágiles somos y cuánto dependemos de Dios.
Pero ahí no termina la lección, porque si pensamos que tener nuestra confianza puesta en Dios significa esperar que nos facilite el trabajo, nos solucione los problemas y nos regale una vida color de rosa, estamos en un grave error. Podríamos decir que hay dos maneras de confiar en Dios, una recta y otra errónea.
La errónea es la de quienes piensan que por confiar en el Señor, El está obligado a darles todo el bienestar en esta vida. Vemos claramente en las “Bienaventuranzas” que son dichosos los pobres, los que pasan hambre, los que lloran, porque la felicidad a la que aspiran no es en esta vida, sino en la eterna. Son dichosos porque han puesto su confianza en Dios, que cumplirá su promesa de llevarnos al Cielo. La virtud de la esperanza se resume en la confianza que tenemos de que Dios cumplirá todo lo que nos ha prometido.
Por eso el Evangelio de este domingo concluye con los “Ay de ustedes”, hablando de aquellos que no han puesto su confianza en Dios y se han olvidado que esta vida es pasajera, que la que importa viene después.
Hoy Jesús nos llama a revisar donde está nuestra confianza, en quién la hemos puesto. Dios nunca nos va a defraudar, su Palabra es eterna y estable. Cuando la vida se torne difícil, no debemos desesperarnos, porque pasará. Y mientras lo damos todo por Dios, El ya nos tiene reservado un lugar en el Reino de los Cielos. Allá nos encontraremos.
¡Dios los bendiga siempre!
P. Cèsar Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
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