"Que no haya nada en tí que no sea lo que de tí se espera" (San Juan María Vianney)

domingo, 27 de junio de 2010

Reflexionando el Evangelio - Domingo XIII del Tiempo Ordinario

Queridos Hermanos


El pasaje de este domingo es por demás pedagógico. Quien ha comprendido que el objetivo de la vida es entregarla por amor, ha descubierto la primera gran clave. Pero muchos se quedan ahí. Luego como de hecho somos capaces de amar a tantos, el tiempo se nos va desgastando (junto con la vida) y puede que nunca descubramos la segunda clave.

No es un secreto milenario, sino una verdad tan grande como el sol. Jesús nos recuerda hoy que el gran amor de nuestras vidas es Dios y a Él es a quien hemos de entregar nuestra vida.


Y que conste que no estoy hablando sólo de la vocación a la vida consagrada. La llamada a seguir a Jesús es universal. Todos, cada uno desde su estado de vida, está llamado a entregar su vida a Cristo. Esa es la marca que diferencia al discípulo, al imitador del Maestro.

Yo creo que todos somos capaces de distinguir esa diferencia. Cuando veo un matrimonio donde se ama y se sirve, donde los hijos no son una carga o un peligro del que hay que huir (cuidarse!!), donde los conflictos se solucionan con respeto y caridad, donde se trabaja confiando en la Providencia, se nota la diferencia.

Vivir para Dios es lo que hace distintas a las personas. Es como una chispa, como una alegría constante que se difunde entorno. Son personas con las que te gusta estar, pues son portadores de Dios.

La universalidad de la llamada se vuelve específica cuando la llamada es a una entrega también específica, en su forma. El sacerdocio y la vida religiosa, aunque parten de la llamada universal, terminan en una especial. Desposarse con Cristo, no es sólo seguirlo, sino además consagrarle la vida toda, renunciando al matrimonio. No somos solteros, pues también por amor nos hemos comprometido y nuestra vida está entregada. Hoy y siempre ha sido el testimonio de los consagrados el que ha recordado a todos que Dios siempre nos está llamando. Y ese la alegría de los consagrados la que también da testimonio de la felicidad de la entrega.

Escuchemos la llamada del Señor, sin poner condiciones, sin inventar pretextos. De eso depende la felicidad de todos. ¡A poner el hombro!
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes

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