Este año nos coincidió la solemnidad de la Asunción de María a los Cielos, con el domingo. Feliz coincidencia que nos permite unir la celebración de este grande misterio de la Virgen, a la celebración semanal de la resurrección de su Hijo. Ambos hechos nos impulsan a pensar en la vida eterna, en el Cielo prometido a quienes seamos fieles en esta vida terrena.
Cuando nos hemos planteado una meta, un objetivo claro, procuramos organizarnos de manera que no perdamos ni un sólo minuto. Nos concentramos de manera que todos nuestros esfuerzos estén dirigidos hacia un mismo punto. Todo con la idea de alcanzar la meta propuesta.
Celebrar estas dos fiestas es la oportunidad de revisar si realmente estamos caminando hacia la más importante de todas las metas: el Reino de los Cielos. Nos puede pasar que con el apuro de lo cotidiano, nos distraigamos tanto, que se nos olvide lo principal. No es raro que nos perdamos en los detalles y dejemos de lado lo esencial.
Si revisamos un poco la vida de los santos, veremos con claridad que siempre tenían presente la meta. Cada uno a su manera y desde su específico llamado, aún siendo diversos, buscaban siempre lo mismo: alcanzar a Dios. Para eso es que sirven los años que Dios nos quiera regalar en este mundo. La vida terrena no es otra cosa que el tiempo durante el cual hemos de ganarnos la vida eterna. Una vez que nos llegue la muerte (y no sabemos cuando será) se terminarán las oportunidades de merecer entrar al Reino Celestial.
Hoy los invito a no perder le tiempo, ni dejar pasar las oportunidades. Dios está esperando que fructifiquemos y que hagamos nuestra la herencia que nos tiene prometida. Una herencia que será nuestra en la medida en que demostremos con las obras, la decisión de poseerla.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
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