"Que no haya nada en tí que no sea lo que de tí se espera" (San Juan María Vianney)

lunes, 1 de marzo de 2010

Reflexionando el Evangelio - Domingo II de Cuaresma

Queridos Hermanos:

En el tiempo de Cuaresma se nos invita a hacer penitencia, sin embargo parece ser que nos faltan las ganas de hacerla. Es bastante lógico que, siendo parte de una sociedad que nos enseña a buscar siempre el propio bienestar, la comodidad y considerar lo fácil como más atrayente que lo difícil, cualquier cosa que nos represente sacrificio nos producirá rechazo. Incluso vemos como en Evangelio de hoy, San Pedro siente el deseo de quedarse en el Tabor: "Que bien estamos aquí Señor. Hagamos tres chozas ...". Por un momento se quiso olvidar del mundo, de la misión que Jesús debía cumplir, del sacrificio. Pero permanecer ahí no era el objetivo del Maestro. Ser cristiano significa "nadar en contra de la corriente", al cielo se entra por la puerta angosta. Creo que entrar dentro de nosotros mismos, nos puede ayudar a encontrar el camino hacia la penitencia.

Sabemos que el pecado es una ofensa, una herida que producimos a nuestra relación con Dios. Rompe nuestra amistad con El, como sucedería si ofendemos a un familiar o amigo. Esto que puede suceder en la vida cotidiana, produce dos distintas reacciones en nosotros, dependiendo de cuál sea la profunidad de nuestro vínculo con la otra persona. Si esa persona no es tan importante para nosotros, tratamos de corregir la situación, pedimos disculpas y listo. No perdemos la calma, ni la tranquilidad. El sentimiento hacia esa persona, por no ser tan profundo, no produce un efecto mayor.

En cambio, cuando hemos ofendido a una persona que amamos profundamente, la reacción es completamente diferente. Primero nos sentimos angustiados, inquietos, tristes, pues nuestra relación con esa persona está en peligro. Pedimos perdón, pues las disculpas nos parecen muy poco y sobre todo, buscamos la manera de compensar el daño, para poder recuperar la confianza, el cariño de quien amamos. Si traducimos esto a nuestra relación con Dios, el compensar sería la penitencia. Si amamos de verdad a Dios, una vez que nos hacemos cargo de nuestro pecado, la penitencia, que es una virtud, surge espontáneamente (aunque siempre con ayuda de la gracia).

Si hoy te faltan las ganas de hacer penitencia es porque todavía el amor que tienes por Dios es muy pequeño. Comienza por ahí y fíjate un poco en todo lo que ha hecho y hace por tí. Tenemos demasiados motivos para amarlo.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes

No hay comentarios:

Publicar un comentario