La parábola del Padre Misericordioso, más conocida como la del Hijo Pródigo, aunque ya sabemos que el protagonista es el Padre, tiene una profundidad de significado inagotable. En tiempo de cuaresma nos ayuda muchísimo a comprender la infita gratuidad del amor de Dios y de su misericordia.
"Ya no merezco ser llamado hijo tuyo" es la conclusión a la que llega el Hijo pródigo cuando finalmente no podía caer más bajo, cuando se dió cuenta que estaba desprotegido y solo. Había reclamado la herencia, se había separado de su Padre, había abandonado el hogar, lo había perdido todo. Y la verdad es que nada de lo que había recibido, se lo había ganado, no, pues todo lo había recibido gratis, todo era don de su Padre. Nada había hecho el para merecer todo eso, pero solo ahora lo entendía.
Sólo quien se reconoce pecador es capaz de pedir perdón. Sólo cuando nos enfrentamos a nuestro pecado, es que nos arrepentimos. Sólo entónces somos capaces de reconocer que no merecemos nada, que todo se nos ha dado por puro amor. Es entónces cuando se obra el encuentro personal con Dios. Sin dar el paso del arrepentimiento, jamás seremos capaces de retornar a la casa del Padre.
No merezco su perdón, pues sigo pecando ....
No merezco su gracia , porque no la sé valorar ...
No merezco su Eucaristía, porque la abandono con frecuencia ...
No merezco su Palabra, porque no la quiero escuchar ...
Y es precisamente por eso, porque no lo merezco, que puedo comprender cuán grande es su Amor, pues aunque nada merezco, todo me lo da. Cómo no amar a un Padre tan bueno, cómo no renunciar a todo por El.
Pidamos a Jesús la gracia del arrempentimiento, del dolor de los pecados. Que podamos reconocer nuestras faltas, pero más todavía, que seamos capaces de reconocer el Amor que Dios nos tiene. Amor con amor se paga.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
"Ya no merezco ser llamado hijo tuyo" es la conclusión a la que llega el Hijo pródigo cuando finalmente no podía caer más bajo, cuando se dió cuenta que estaba desprotegido y solo. Había reclamado la herencia, se había separado de su Padre, había abandonado el hogar, lo había perdido todo. Y la verdad es que nada de lo que había recibido, se lo había ganado, no, pues todo lo había recibido gratis, todo era don de su Padre. Nada había hecho el para merecer todo eso, pero solo ahora lo entendía.
Sólo quien se reconoce pecador es capaz de pedir perdón. Sólo cuando nos enfrentamos a nuestro pecado, es que nos arrepentimos. Sólo entónces somos capaces de reconocer que no merecemos nada, que todo se nos ha dado por puro amor. Es entónces cuando se obra el encuentro personal con Dios. Sin dar el paso del arrepentimiento, jamás seremos capaces de retornar a la casa del Padre.
No merezco su perdón, pues sigo pecando ....
No merezco su gracia , porque no la sé valorar ...
No merezco su Eucaristía, porque la abandono con frecuencia ...
No merezco su Palabra, porque no la quiero escuchar ...
Y es precisamente por eso, porque no lo merezco, que puedo comprender cuán grande es su Amor, pues aunque nada merezco, todo me lo da. Cómo no amar a un Padre tan bueno, cómo no renunciar a todo por El.
Pidamos a Jesús la gracia del arrempentimiento, del dolor de los pecados. Que podamos reconocer nuestras faltas, pero más todavía, que seamos capaces de reconocer el Amor que Dios nos tiene. Amor con amor se paga.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
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