"Que no haya nada en tí que no sea lo que de tí se espera" (San Juan María Vianney)

lunes, 10 de mayo de 2010

Reflexionando el Evangelio - Domingo V de Pascua

Jesús nos ofrece su Paz, y hace una clara distinción entre la suya y la paz que da el mundo. Esta distinción que no parece ser esencial, en realidad es muy importante, pues la diferencia entre una y otra está en su origen.

Todos buscamos la paz, pero no siempre se la busca en el lugar correcto Primero tenemos que dejar en claro qué cosa es la paz. La auténtica paz no es la simple ausencia de problemas, pues entónces estaríamos hablando de algo muy frágil, ya que con la llegada de cualquier dificultad (y en la vida hay muchas) la perderíamos. El mundo nos ofrece la paz como sinónimo de bienestar, de carencia de dificultades, de ausencia de renuncias o sacrificios. Más que paz, estaríamos hablando de facilidad o comodidad, una vida casi vegetal.

Cristo nos ofrece una paz activa, estable y sobre todo fecunda. La paz que El nos da tiene su origen en la inhabitación divina, es decir, en que nos convirtamos en morada de Dios. Cristo mismo lo afirma cuando dice que quien lo ama, observa su palabra y el Padre lo amará y vendrán a hacer su morada en él. Esta es la bendición de quien ha recibido la Gracia de Dios, pues es la Trinidad la que viene a vivir en esa persona.

Como templos del Espíritu de Dios, recibimos la paz del Señor. Una paz estable, que no se pierde en los momentos de tormenta, una paz que se alimenta de la esperanza. La paz de los cristianos es una paz inquieta.

Hoy Jesús nos invita a recibir esa paz, a través de los sacramentos. Y si ya la recibiste y gozas de ella, te llama a ayudar a los demás, a aquellos que todavía la buscan en el mundo. Hemos de ser portadores de este mensaje, a un mundo donde la desesperación y la angustia son el pan de cada día en la mesa de muchos.

Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
elcuradetodos … ustedes

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