Queridos Hermanos:
El ejemplo nos sirve como introducción a lo que el Señor nos ha pedido en el Evangelio de este domingo: renunciar a todo, a todos y hasta a nuestra propia vida. Y eso no es lo más duro, sino que lo que nos ofrece a cambio es nada menos que la Cruz.
Creo que, al igual que la novia de la historia, cualquiera está dispuesto a renunciar a algo (entiéndase renuncia como dejar algo bueno, algo importante para nosotros, por algo mejor) cuando se trata de recibir algo más importante. Aparentemente a nadie le apetece la Cruz, de ahí lo insólito de la petición del Señor.
Apenas llegar a Italia he visto una película titulada "Siete Moradas". Parecería tener a Santa Teresa de Avila como protagonista, pero en su lugar es la biografía de Santa Edith Stein, una de sus dos más grandes discípulas. Es impresionante cómo esta santa mujer llegó a comprender y a vivir esta radical renuncia. Debió renunciar a su profesión, por ser judía. Tuvo que renunciar a su historia y religión, pues era judía. Eso le significó también renunciar a su familia, en especial a su madre que la desconoció por haber decidido entrar al Carmelo. Incluso dentro del monasterio tuvo que renunciar a su estudio de la filosofía, para dedicarse a su formación de religiosa. Y finalmente tuvo que renunciar a su vida, pues murió mártir.
Fue precisamente en este camino de renuncia continua y a todo, que pudo ir avanzando en la vida esperitual y llegar a la santidad. Si una muchacha es capáz de dejar hasta de comer por entrar en su vestido de novia, bien vale la pena cualquier renuncia para llegar a Dios.
Hoy Jesús nos invita a renunciar, a dejar todo en segundo lugar, a darle a Él la prioridad. Nada ni nadie, ni nostros mismos, puede estar a la altura de Cristo. Sólo quien sea capáz de estas renuncias será verdadero discípulo del Señor, porque estará dispuesto a todo lo que Él le pida.
Comencemos hoy a examinar qué es lo que nos está impidiendo entregarnos a Jesús por completo y renunciemos a eso de inmediato. Aprendamos de María, de Santa Edith y de tantos que han sido capaces de renunciar a todo y abrazar la Cruz, y entónces descubriremos que eso es lo único bueno, lo único importante en esta vida.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
No hace mucho me contaban de una jovencita, digamos robusta, que había reducido su dieta a la mínima expresión, con tal de poder entallarse el vestido de novia que le gustaba. La verdad es que aunque me causaba mucha gracia la hazaña, no es extraño oír de casos como este.
El ejemplo nos sirve como introducción a lo que el Señor nos ha pedido en el Evangelio de este domingo: renunciar a todo, a todos y hasta a nuestra propia vida. Y eso no es lo más duro, sino que lo que nos ofrece a cambio es nada menos que la Cruz.
Creo que, al igual que la novia de la historia, cualquiera está dispuesto a renunciar a algo (entiéndase renuncia como dejar algo bueno, algo importante para nosotros, por algo mejor) cuando se trata de recibir algo más importante. Aparentemente a nadie le apetece la Cruz, de ahí lo insólito de la petición del Señor.
Apenas llegar a Italia he visto una película titulada "Siete Moradas". Parecería tener a Santa Teresa de Avila como protagonista, pero en su lugar es la biografía de Santa Edith Stein, una de sus dos más grandes discípulas. Es impresionante cómo esta santa mujer llegó a comprender y a vivir esta radical renuncia. Debió renunciar a su profesión, por ser judía. Tuvo que renunciar a su historia y religión, pues era judía. Eso le significó también renunciar a su familia, en especial a su madre que la desconoció por haber decidido entrar al Carmelo. Incluso dentro del monasterio tuvo que renunciar a su estudio de la filosofía, para dedicarse a su formación de religiosa. Y finalmente tuvo que renunciar a su vida, pues murió mártir.
Fue precisamente en este camino de renuncia continua y a todo, que pudo ir avanzando en la vida esperitual y llegar a la santidad. Si una muchacha es capáz de dejar hasta de comer por entrar en su vestido de novia, bien vale la pena cualquier renuncia para llegar a Dios.
Hoy Jesús nos invita a renunciar, a dejar todo en segundo lugar, a darle a Él la prioridad. Nada ni nadie, ni nostros mismos, puede estar a la altura de Cristo. Sólo quien sea capáz de estas renuncias será verdadero discípulo del Señor, porque estará dispuesto a todo lo que Él le pida.
Comencemos hoy a examinar qué es lo que nos está impidiendo entregarnos a Jesús por completo y renunciemos a eso de inmediato. Aprendamos de María, de Santa Edith y de tantos que han sido capaces de renunciar a todo y abrazar la Cruz, y entónces descubriremos que eso es lo único bueno, lo único importante en esta vida.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
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