Nadie pone en duda la importancia que tienen los amigos en nuestra vida. El hombre es un ser sociable y tiende siempre a entablar relaciones con sus semejantes. Todos sabemos también que esas relaciones influyen fuertemente nuestra manera de pensar y de comportarnos. Aún las personas adultas, de criterio formado, pueden ser influenciadas positiva o negativamente, por las personas con las que comparten su tiempo y a las que se siente vinculada por algún tipo de afecto.
Teniendo esto en claro no será extraño afirmar que si alguien decide cambiar de vida deba cambiar también de amigos. Parece una afirmación un poco exagerada, pero no por eso deja de ser real. Desde los tiempos apostólicos, cuando se evangelizaba a alguien no se lo dejaba sólo, sino que se lo acogía en comunidad. Estos nuevos amigos, a través del ejemplo y la palabra, se encargaban de formar este nuevo cristiano, de ayudarle a hacer su conversión, su nueva vida. Eso no significaba extraerlo del medio donde se tenía que desenvolver, pues ahí debía de dar testimonio, es decir, ser sal y luz. Pero ciertamente las amistades de su vida pasada no iban a favorecer su avance en el nuevo camino.
En estos años que tengo de vida sacerdotal y muchos más de labor pastoral, sin necesidad de tener que poner esto en claro, he visto a muchos y ha sido también mi experiencia personal, tener que abandonar ciertos círculos de amistades . Más allá de que alguien te lo diga, es algo que se hace por propia iniciativa, pues te das cuenta que de lo contrario no avanzas.
En mi opinión el problema se da cuando no se tiene el valor para dar ese paso y se comienza a vivir una doble vida. Se es una persona con la comunidad y otra con los viejos amigos. Algunos dicen que lo hacen porque quieren llevar a aquellos al mismo camino por el que ahora transitan, pero eso, por lo menos en la primera etapa del camino, no se puede. Se termina enredado entre dos mundos contrapuestos, sin avanzar y más bien retrocediendo.
Mi objetivo con esta reflexión es el de exponer una situación real, parte del proceso de la conversión. No se falta a la caridad cuando uno, por crecer en el espíritu, se aleja de aquellos que viven de manera opuesta . Ya cuando se haya avanzado en la vida cristiana se podrá volver a aquellos y llevar a algunos por el camino del bien. Recuerdo ahora una frase que me hacían repetir en mi comunidad, cuando era aún adolescente: “Cambiar el mundo … imposible. Desde hoy cambio yo … para cambiar al mundo”.
Hasta el Cielo.
P. Cèsar Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
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