El pasaje de hoy nos recuerda dos cosas importantísimas: la misericordia de Dios y el libre albedrío. Dios que es un Padre que perdona siempre y que al mismo tiempo respeta la libertad que El mismo nos ha regalado.
Sin embargo no parece fácil congeniar la figura del Buen Pastor que va en busca de la oveja perdida y la del padre Misericordioso que espera en casa el retorno del hijo pródigo. Parecen no coincidir estas dos imagenes que muestran la misma misericordia de Dios. Quizás sea porque no es Dios el que cambia, sino que somos nosotros los que hacemos las diferencias.
Jesús está siempre dispuesto a todo, con los abrazos abiertos en la Cruz para cerrarlos en un abrazo, como lo hizo el Padre de la Parábola, pero depende de nosotros el querer ser abrazados, ser acogidos. El problema no es ser una oveja perdida, sino querer ser encontrado. Creo que muchas veces más que estar perdidos, nos escondemos de Dios. No queremos que este Buen Pastor se entrometa en nuestras vidas, cambie nuestros planes. Sabemos que Jesús nos pedirá mucho más de lo que nosotros le podremos pedir a Él y por eso nos parece mejor escondernos. Es sólo cuando nos encontramos en una situación lastimosa, como el hijo pródigo que se moría de hambre, que nos volvemos a Dios, a nuestro Buen Pastor.
No podemos abusar de nuestra libertad, porque aunque Dios nos haya hecho sus hijos, seguimos debiéndole demasiado. Debemos actuar como María y reconocernos esclavos de Dios, servidores incondicionales, dispuestos a hacer sólo y siempre su voluntad. Entónces comprenderemos su misericordia y su justicia, su amor paternal y su omnipotencia.
Nuestro Dios es el Padre Misericordioso, es el Buen Pastor. Nosotros la oveja perdida, el hijo pródigo. Basta de huir de Dios, de escondernos, cuando sabemos bien que lo único que Él quiere es nuestra felicidad en esta vida y en la futura. Nos nos auto-engañemos creyendo que encontraremos un camino mejor que el que nos ofrece Cristo.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
Sin embargo no parece fácil congeniar la figura del Buen Pastor que va en busca de la oveja perdida y la del padre Misericordioso que espera en casa el retorno del hijo pródigo. Parecen no coincidir estas dos imagenes que muestran la misma misericordia de Dios. Quizás sea porque no es Dios el que cambia, sino que somos nosotros los que hacemos las diferencias.
Jesús está siempre dispuesto a todo, con los abrazos abiertos en la Cruz para cerrarlos en un abrazo, como lo hizo el Padre de la Parábola, pero depende de nosotros el querer ser abrazados, ser acogidos. El problema no es ser una oveja perdida, sino querer ser encontrado. Creo que muchas veces más que estar perdidos, nos escondemos de Dios. No queremos que este Buen Pastor se entrometa en nuestras vidas, cambie nuestros planes. Sabemos que Jesús nos pedirá mucho más de lo que nosotros le podremos pedir a Él y por eso nos parece mejor escondernos. Es sólo cuando nos encontramos en una situación lastimosa, como el hijo pródigo que se moría de hambre, que nos volvemos a Dios, a nuestro Buen Pastor.
No podemos abusar de nuestra libertad, porque aunque Dios nos haya hecho sus hijos, seguimos debiéndole demasiado. Debemos actuar como María y reconocernos esclavos de Dios, servidores incondicionales, dispuestos a hacer sólo y siempre su voluntad. Entónces comprenderemos su misericordia y su justicia, su amor paternal y su omnipotencia.
Nuestro Dios es el Padre Misericordioso, es el Buen Pastor. Nosotros la oveja perdida, el hijo pródigo. Basta de huir de Dios, de escondernos, cuando sabemos bien que lo único que Él quiere es nuestra felicidad en esta vida y en la futura. Nos nos auto-engañemos creyendo que encontraremos un camino mejor que el que nos ofrece Cristo.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
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