"Que no haya nada en tí que no sea lo que de tí se espera" (San Juan María Vianney)

viernes, 29 de julio de 2011

Mi accidente italiano - Nonagésimo Segundo Informe Cesarial

Mis añorados ALA:

Ya hacía tiempo que no les contaba mis aventuras europeas, pero es que no había gran cosa para contar. Julio ha sido un mes de descanso y de reflexión. Roma en verano se transforma en una ciudad distinta, llena de espectáculos artísticos: teatro, opera, ballet, etc. He podido presenciar algunos de ellos y los he disfrutado mucho. Y aunque todo parecía rutina, hoy ha sido la diferencia. Les voy a contar mi primer accidente en Italia.
¡Menos mal que el vidrio no era de criptonita!

Una mañana normalísima
Un poco después de las once de la mañana me dirigía de regreso a mi casa en el autobús número 46. Iba sentado en el penúltimo asiento junto a una muchacha que luego supe se llamaba María Pía. Justo esos asientos están dirigidos hacia atrás, es decir, en lugar de mirar hacia el frente del vehículo, nosotros mirábamos hacia la parte trasera. Entre nosotros y la puerta estaba un gran vidrio, puesto que los buses de acá los tienen de lado y lado de las puertas. En el último asiento iba un señor con su hijita, mientras su esposa estaba de pie sosteniendo a su otra hija que estaba en un carrito.

Una frenada brusca
De repente y pocos segundos después de haber pasado el semáforo, el chofer frenó de golpe. La señora fue a dar de espaldas contra el vidrio, lo que lo hizo romperse en miles de pedacitos. María Pía y yo fuimos literalmente cubiertos por ellos. Todo pasó en un segundo.

Consecuencias
Por suerte las niñas estaban bien, al igual que el papá. La señora tenía un corte en la mano y otro en el brazo, además del golpe en la espalda. María Pía y yo, aunque sin golpe alguno, sufrimos algunos cortes en pies y brazos. Nada de que preocuparse.

De Herodes a Pilatos
La gente se bajó del bus y el chofer, entre nervioso y enojado, nos quería llevar en esas condiciones hasta la estación de la línea. Por suerte aparecieron los vigilantes que comenzaron a indagar y a pedir documentos. El chofer se defendía diciendo que era culpa de un motociclista que se había atravesado y que si no frenaba la cosa hubiera terminado en desgracia. Mientras todo eso ocurría, nadie se percataba de nuestra problemática situación. Las niñas lloraban a gritos, María Pía no se podía mover porque tenía el short lleno de vidrios y sabía que si se movía se podía cortar aún más. Yo comencé a tratar de quitarme los pedazos que tenía en los brazos, pero a cada movimiento me hacía algún nuevo corte. Después de una media hora larga, llegó la ambulancia. No crean que fue la solución porque ni ellos sabían cómo quitarnos los vidrios sin lastimarnos más. Entre agua oxigenada y gasa y con mucha paciencia nos fueron liberando, aunque confieso que aún ahora siento por ahí alguno que todavía me pincha. Luego nos dijeron que era conveniente que fuésemos al hospital, pero tendríamos que esperar otra ambulancia, porque esa era sólo para los rescatistas. Al rato llegó la segunda, mientras habíamos ya firmado el certificado y además nos habían tomado el testimonio. Ahora sí al hospital.

De Pilatos a Herodes
Nos asignaron código verde, el tercero en gravedad. Por lo tanto debíamos permanecer en la sala de espera hasta que nos llegara el turno. Estábamos más tranquilos, por lo menos habíamos dejado de sangrar y nos sentíamos más seguros. Yo viendo que pasaba el tiempo y nada de nada, llamé a mi amigo Daniele (romano) para ver si sabía como era la “movida”. Me dijo que en veinte minutos llegaba. Cuando habían pasado quince (eran ya la una y media) nos hicieron entrar. María Pía es costarricense y aún no domina el italiano, así que fuimos juntos (yo de paciente-traductor). Nos pidieron los datos, los documentos y nos hicieron pasar a otra sala de espera (13:45hrs). Atendieron primero a María Pía, seguramente porque es menor de edad y además mujer, para un servidor la espera se dilataba. Pasaban las horas y no mi apellido no sonaba. La sangre de los cortes ya se había secado y mientras esperaba y con cuidado, me fui sacando todos los vidrios que alcanzaba a ver.
Un autobus romano.

El que espera desespera
Daniele y Sirenela, su novia, me vinieron a acompañar. Con ellos la espera se hizo un poco más amena, pero después de una hora me informaron que tenían que regresar a trabajar y los despedí. Poco después regresó Daniele a socorrerme con una buena porción de pizza, porque todavía no había almorzado (menos mal que tengo buenos amigos). Seguían llegando códigos rojos y amarillos (con precedencia sobre el verde), y mi espera se hacía infinita. Gente en camilla, alguno que gritaba, otra que se quejaba, una que se mordía los labios y lloraba … y yo que veía mis cortes cada vez más chiquitos y mi paciencia diminuta. A las cinco y media me levanté y me fui.

Como verán no fue una gran cosa, pero aventura es aventura. Quizás ha sido una manera distinta de cerrar un mes sin desniveles. Gracias a Dios que nadie se hizo daño y que, aún con bastante demora, tuvimos quien nos dé la mano. Gracias sobre todo a Dios por la presencia de los amigos, que hacen llevaderos aún los momentos duros. Gracias a Dios por ustedes.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes

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