Queridos Hermanos:
En la parábola del sembrador los papeles los ha explicado muy bien Jesús: Dios es el sembrador y su Palabra la semilla, mientras nosotros somos la tierra que ha de recibir la semilla. Estoy seguro que todos ustedes son tierra buena, que acoge la semilla y que produce fruto, pero hay que tener presente que cuenta la cantidad de fruto.
Nuestro Señor, tanto cuando cuenta la parábola como cuando la explica, deja en claro que el fruto podrá ser del treinta, del sesenta o del ciento por uno. Es seguro que mientras mayor sea el fruto, mayor será la alegría del sembrador. No me puedo imaginar a un sembrador que no guarde grandes espectativas con respecto a la cosecha, es lógico desear ver los frutos del esfuerzo.
No sería lógico imaginar un cristiano que se contente con fructificar sólo el treinta y se cruce de brazos. El amor no pone límites jamás y ésta no puede ser la excepción. La santidad es la búsqueda incansable de producir cada vez más frutos. El fruto que produce la semilla de la Palabra es el amor a Dios y a los hermanos.
Hoy el Señor nos invita a aumentar el porcentaje de nuestra producción. Si hemos producido el treinta nos toca llegar al sesenta, luego al ciento y así sucesivamente. Jamás podremos empatar con Dios, su amor es infinito y nos lo demuestra cada día. Sabiendo que no podremos jamás pagarle tanta bondad, hemos de esforzarnos por hacer crecer nuestro amor todo lo que nos sea posible en el tiempo que tengamos de vida. De eso se trata el amor, de hacer feliz al ser amado. Nuestro sembrador será más feliz mientras mayor sea la cosecha, así que manos a la obra.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
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