Cuánto nos questa ser los últimos. Y es que aunque nos esforcemos y Dios nos dé su gracia, siempre nuestro amor propio se las arregla para imponerse. Queremos ser tratados con deferencia, que se reconozca nuestra trabajo, que se nos agradezca cuando hacemos un bien. Todo es muy natural, desde la perspectiva humana, pero bien sabemos que Jesús nos quiere caminando hacia la perfección y eso incluye el aprender a ser humildes.
Yo para alcanzar la humildad no he podido todavía encontrar una fórmula secreta. Sin embargo sí que el Señor nos ofrece hoy una receta aplicable y que seguramente nos encaminará hacia esa meta. Servir siempre, servir con generosidad, darnos por entero. Lo ha dicho Él: el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos.
Y es que si empleamos todo nuestro tiempo en servir a Dios y a los hermanos, no nos quedará tiempo para recibir elogios o premios, no tendremos tiempo para sentarnos a analizar la reacción de quienes hemos servido. Nos bastará el cumplir con nuestra tarea y traducir el amor fraterno en obras de misericordia.
Pero aún así (no podemos ser ingenuos) nuestro amor propio seguirá siendo un peligro latente. A mi me ayuda, casi siempre, el repetir ésta jaculatoria "Señor Jesucristo ten piedad de mi.". Me recuerda quien es mi Señor y que yo soy un pobre pecador. Así procuro mantenerme en mi puesto, sin que se me suban demasiado los humos (aunque el amor propio nunca apaga su chimenea).
Dejémonos inspirar y mover por el Espíritu Santo que habita en nosotros. Que sea la caridad la que dirija nuestra intensión, de manera que podamos mortificar nuestra deseo de figurar, de llamar la atención. Que sea Cristo quien se vea a través de nosotros, que Él crezca y que nosotros disminuyamos.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
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