Nadie hay que no ame, pero lo que interesa es cuál sea el objeto de su amor. No se nos dice que no amemos, sino que elijamos a quien amar. Pero ¿cómo podremos elegir, si antes no somos nosotros elegidos? Porque, para amar, primero tenemos que ser amados.
Oíd lo que dice el apóstol Juan: El nos amó primero. Si buscamos de dónde le viene al hombre el poder amar a Dios, la única razón que encontramos es porque Dios lo amó primero. Se dió a sí mismo como objeto de nuestro amor y nos dió el poder amarlo. El apóstol Pablo nos enseña de manera aún más clara cómo Dios nos ha dado el poder amarlo: El amor de Dios -dice- ha sido derramado en nuestros corazones. ¿Por quién ha sido derramado? ¿Por nosotros quizá? No, ciertamente. ¿Por quién pues? Por el Espíritu Santo que se nos ha dado.
Teniendo, pues, tan gran motivo de confianza, amemos a Dios con el amor que de Él procede. Oíd con qué claridad expresa San Juan esta idea: Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él. Sería poco decir: El amor es de Dios. Y ¿quién de nosotros se atrevería a decir lo que el evangelista afirma: Dios es amor? El lo afirma porque sabe lo que posee.
Dios se nos ofrece en posesión. Él mismo clama hacia nosotros: "Amadme y me poseeréis, porque no podéis amarme si no me poseéis."
Oíd lo que dice el apóstol Juan: El nos amó primero. Si buscamos de dónde le viene al hombre el poder amar a Dios, la única razón que encontramos es porque Dios lo amó primero. Se dió a sí mismo como objeto de nuestro amor y nos dió el poder amarlo. El apóstol Pablo nos enseña de manera aún más clara cómo Dios nos ha dado el poder amarlo: El amor de Dios -dice- ha sido derramado en nuestros corazones. ¿Por quién ha sido derramado? ¿Por nosotros quizá? No, ciertamente. ¿Por quién pues? Por el Espíritu Santo que se nos ha dado.
Teniendo, pues, tan gran motivo de confianza, amemos a Dios con el amor que de Él procede. Oíd con qué claridad expresa San Juan esta idea: Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él. Sería poco decir: El amor es de Dios. Y ¿quién de nosotros se atrevería a decir lo que el evangelista afirma: Dios es amor? El lo afirma porque sabe lo que posee.
Dios se nos ofrece en posesión. Él mismo clama hacia nosotros: "Amadme y me poseeréis, porque no podéis amarme si no me poseéis."
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