Bien se afirma en los salmos que Dios hace llover sobre buenos y malos, porque al final todos somos sus hijos. La lluvia lo moja todo, no se le escapa nada, sólo quien se pone a cubierto logra mantenerse seco.
Hoy mientras caminaba bajo la lluvia, bien protegido por mi paraguas, pensaba en lo especial que es la cuaresma. Cierto que cada tiempo litúrgico trae consigo algo especial, pero en la cuaresma hay algo que la hace sobresalir. Sabemos que Dios es exigente y quiere que demos lo mejor de nosotros mismos, nos llama a la santidad. Pero simultáneamente a la llamada nos inunda con su gracia, porque sin ella no seríamos capaces de nada. Basta con acercarnos a los sacramentos, con dejarnos perdonar y nutrir por ellos.
La lluvia que seguía cayendo me hacía pensar en la acción de Dios. Pensaba en una lluvia de gracias, más aún, en una tormenta con rayos y truenos, como para que a nadie le falte esa fuerza espiritual que sólo Cristo nos puede brindar. Y si hay un tiempo litúrgico “lluvioso” por excelencia es la cuaresma.
Pero así como sucede con la lluvia corriente, quien abre el paraguas permanece seco. Y es que basta el paraguas de la indiferencia o el de la tibieza para que la cuaresma se nos escape sin dejar en nosotros ninguna huella, sin humedecernos con sus gracias ni siquiera un poquito.
Como pueden ver no depende de Dios. El siempre se pasa de generoso, su misericordia es infinita. Creo que es tiempo de que todos los católicos del mundo cerremos y guardemos nuestros “paraguas” y nos dejemos empapar por la gracia de Dios. Basta solamente con dejarse amar por Él y recibir su “lluvia”.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
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