Encontrarnos con nuestro propio pecado no es un experiencia agradable. Quizàs por esa razòn la cuaresma les puede parecer a muchos un tiempo litùrgico triste. Sin embargo la Samaritana nos demuestra lo contrario.
En su entrevista con Jesùs quizàs el momento màs tenso es cuando el Señor le manifiesta el conocimiento que tenìa sobre su pecado. Y ya desde ese momento podemos ver el temple de esta mujer que en lugar de avergonzarse u ofenderse al verse asì descubierta, ve en Jesùs un profeta.
A medida que el diàlogo se desarrolla, la Samaritana, pasa de enfrentar su pecado a encontrar al Salvador. Y ese encuentro la impacta de una manera tan profunda que logra a travès de su testimonio, convertir a la fe todo su pueblo. Justamente ella cuya palabra no tenìa practicamente ningùn valor: era mujer y ademàs una pecadora.
Encontrarnos con nuestro pecado implica tambièn encontrarnos con la misericordia de Dios, osea con su amor. Y es imposible que, luego de semejante experiencia, permanezcamos quietos y callados. Lo que sucediò en a vida de la Samaritana y en aquel pueblo ha sucedido miles de veces y sigue sucediendo. Hoy Cristo nos invita a vivir la misma experiencia, no sòlo porque quiere llenarnos de su gracia, sino porque quiere que seamos sus instrumentos para llevar a muchos hacia El.
Asì como con la Samaritana, nuestro futuro y la vida de muchos, puede transformarse si nos dejamos cuestionar por Jesùs, si le damos la oportunidad de entrar en nuestras vidas. No esperemos màs, no lo hagamos esperar. Vayamos a Cristo y llevemos con nosotros a todos los que nos rodean. Seguro que asì estaremos cambiando el mundo.
Hasta el Cielo.
P. Cèsar Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
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